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Naloxona: el antídoto contra el fentanilo, pero que en México es un lujo

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Por: Victor Gonzalez

Ultima actualización: 2024-02-05 17:18:42

Primicias .- Pese a que el presidente mexicano, Manuel López Obrador, niega que su país consuma fentanilo, los casos de adictos y sobredosis se multiplican en poblaciones de la frontera con EE.UU.

El medicamento conocido como naloxona, una sustancia antagonista de los opiáceos, se usa abiertamente en Estados Unidos para revertir los efectos del poderoso fentanilo. Pero en México, donde su presidente Manuel López Obrador niega que exista una crisis de drogas, su uso es un lujo.

Channing Velázquez es uno de los adictos al fentanilo en una población fronteriza entre México y EE.UU. “Me acuerdo de que me senté a ver televisión y todo se puso gris. Después, me quise parar y no podía moverme. Sentí que mi corazón palpitaba bien bajo. Todo se empezó a apagar, era como estar dentro de un túnel”, cuenta.

Velázquez creció en Nogales (Arizona), una ciudad de poco más de 20.000 habitantes en la frontera entre México y Estados Unidos, sólo separada por el muro de Nogales (Sonora), su ciudad hermana y con 10 veces más población.

Un día estaba jugando béisbol con sus amigos del barrio y llegó su turno para batear. Le pegó recio a la bola y llegó con facilidad a primera base. Siguió corriendo, pero se tuvo que barrer y se lastimó para alcanzar segunda. No pensó que fuera nada grave, pero su tobillo quedó resentido. Le recetaron Vicodin, un analgésico potente.

Cuando tomaba el medicamento, su dolor desaparecía y sus preocupaciones, también. Cuando su cuerpo desarrolló tolerancia al Vicodin, se pasó a OxyContin (oxicodona), otra medicina para el dolor intenso y que contribuyó a la crisis de opiodes en EE.UU. Todavía hasta ese momento, nunca se vio a sí mismo como un adicto.

A los 23 años, buscó drogas en la calle por primera vez. Fue fácil, todo mundo sabía dónde encontrarlas y a quién preguntar. Una pastilla de metanfetamina con fentanilo costaba solo 10 centavos de dólar. Tenía un trabajo, una familia y la vida por delante.

A los 26 años, cuando tuvo su primera sobredosis, ya lo había perdido todo. “Primero me dio miedo, pero lo más triste es que en un punto, lo aceptas y te dices a ti mismo ‘me voy a morir”, afirma.

No murió. Channing Velázquez despertó solo en su casa, desorientado y con la cara pálida. Alcanzó a inyectarse naloxona, una sustancia que revierte los efectos de las sobredosis por fentanilo y que le salvó la vida.

Más de 107.000 consumidores de drogas no corrieron con la misma suerte en Estados Unidos, donde la epidemia por el uso de opioides mató en 2022 a una persona cada cinco minutos, según datos oficiales.

La naloxona hace respirar a quien ha dejado de hacerlo, devuelve la consciencia a quien ha caído rendido y se ha convertido en un signo de esperanza en medio de la emergencia de las drogas en EE.UU. También es el principal símbolo de contraste entre las políticas de drogas que se siguen en ambos lados de la frontera.

En Estados Unidos, donde el consumo de opioides está disparado pero es reconocido como una crisis de salud pública, la naloxona está por todas partes.

En México, donde el consumo de fentanilo es una realidad que se queda fuera de los discursos y los registros oficiales, el medicamento es igualmente necesario, pero es de uso restringido y encontrarlo es una misión prácticamente imposible.

Y eso hace que cada vez más personas hagan el viaje al otro lado para traerlo o tengan que depender de donaciones para conseguir una dosis. El veneno cruza la frontera todos los días. El antídoto también, pero en la dirección contraria.

Fentanilo, una bomba nuclear

La peor crisis de drogas que ha azotado a Estados Unidos emerge a la superficie de forma cruda: está en la foto de unos padres que perdieron a un hijo, en un pupitre que quedó vacío, en vidas que se apagaron sin previo aviso.

Pero a veces, el rastro es mucho más sutil y está en los restos imperceptibles de un parque.

En un callejón abandonado, entre la biblioteca y una sucursal del Ejército de Salvación, Velázquez recoge con paciencia foils, pedacitos de papel aluminio donde se colocan las pastillas pulverizadas y se queman para inhalar el humo con popotes o bolígrafos.

Entre la maleza está el plástico quemado, las bolsitas de droga deshechas y las jeringas vacías de quienes prefieren inyectarse la dosis. Junto a las botellas de alcohol y las cajetillas de cigarro terminadas

El veneno estaba por todas partes, pero la cura no. Durante años, Círculos de Paz se dio cuenta de que más gente tenía acceso a la ayuda si se le ofrecía de forma anónima.

A principios de año, la organización fue un paso más allá e impulsó que se instalaran botiquines en las calles —conocidos como naloxboxes— para que los usuarios de fentanilo pudieran acceder a la naloxona sin necesidad de responder preguntas ni dar explicaciones.

Y también para que el antídoto esté listo donde se necesita, como en el parque de la biblioteca. Sobre una pared blanca de ladrillos se lee opioid rescue kit, kit de rescate para opiodes. Cada caja tiene dos empaques de Narcan, el nombre comercial del medicamento, y un instructivo para uso de emergencia en inglés y en español.

Fueron colocados en 18 puntos del condado de Santa Cruz, donde está Nogales. Es la única zona de Arizona donde están disponibles.

El alcalde, Jorge Maldonado, aseguró este año que Nogales era la ciudad con el mayor número de decomisos de fentanilo en toda la frontera.

Entre octubre de 2022 y septiembre de 2023, Estados Unidos se incautó de 12,2 toneladas de la sustancia, según datos de la patrulla fronteriza (CBP).

Seis toneladas se detuvieron solo en el sur de Arizona, casi más que todas las regiones fronterizas combinadas y más que en la zona metropolitana de Tijuana y San Diego, que tiene casi 5,5 millones de habitantes.

En comparación, ambos Nogales no pasan del medio millón de personas. “Es una bomba nuclear recorriendo nuestras calles”, lamenta el mayor Maldonado.

México lo niega 

“Nosotros no producimos y no tenemos consumo de fentanilo”, declaró en marzo de 2023 el presidente, Andrés Manuel López Obrador, en medio de los reclamos de Washington para que actuara contra el narcotráfico.

En el terreno, la historia es diferente. La droga no solo pasa por la frontera, también se queda.

Fue también en esta misma frontera donde se identificó el consumo de fentanilo desde 2016, según la prensa local, y donde se empezó a hablar por primera vez en México del llamado “fentanilo arcoíris”, una variedad parecida a los caramelos, el año pasado.

A veces, la droga emerge de formas imprevisibles: escondida en tamales, en inodoros o en adornos de fiesta para saltar a EE UU.

Otras, su senda es apenas visible en la mirada perdida de personas que deambulan por sus arroyos secos, en llamadas de emergencia cada vez más frecuentes, en el testimonio de quienes piden ayuda.

En México, la naloxona está clasificada como una “sustancia psicotrópica” en la Ley General de Salud, por lo que su acceso está altamente restringido.

La legislación hace que el antídoto esté prácticamente prohibido y que su venta requiera de una receta médica, lo que impide que pueda aplicarse en situaciones de emergencia.

Mientras en un lado de la frontera es omnipresente, del otro lado es prácticamente imposible de conseguir, fuera de las principales instituciones públicas de salud y un par de clínicas privadas.

“Es la diferencia entre la vida y la muerte”, afirma Guadalupe González Bucio, la comandante de la Cruz Roja de Nogales (Sonora).

Es una diferencia real: con naloxona, un caso de sobredosis se puede revertir en tres minutos, el paciente recupera la consciencia, puede incorporarse y hablar como si nada hubiera pasado, cuenta la jefa de los paramédicos.

Una iniciativa de ley está estancada desde hace casi dos años en el Senado mexicano para sacar a la naloxona de la lista de sustancias restringidas.

En abril pasado, el proyecto fue aprobado en comisiones, pero no ha pasado a discusión en el pleno en este periodo ordinario de sesiones, que concluyó esta semana.

La urgencia por combatir una crisis soterrada, pero cada vez más visible en el norte de México ―donde se concentra el consumo de fentanilo― ha llevado a médicos, primeros respondientes y activistas a cruzar la frontera y buscar las dosis de naloxona.

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