El otro Perú habló en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo. El Perú que no vive en Lima, el que no está en Twitter y al que nadie prestaba atención durante la campaña electoral ha logrado colocar a un candidato que nadie vio llegar a la cabeza de la carrera electoral. El maestro sindicalista de izquierda radical, Pedro Castillo, ha sido el aspirante a presidente más votado, según el conteo actualizado hasta la mañana de este lunes. Con un 18,2% de los votos, Castillo tiene ya un pie en la segunda vuelta. El segundo lugar se lo disputan, por una diferencia mínima y con el 80% de voto escrutado, tres candidatos conservadores: la eterna líder fujimorista peruana, Keiko Fujimori, con el 13%, el economista Hernando de Soto, con un 12,3%, y el representante de extrema derecha Rafael López Aliaga (12,1%).
Castillo votó este domingo en Chota (Cajamarca) a mil kilómetros de Lima, subido a un caballo al que tuvieron que sujetar porque se puso nervioso al verse rodeado de una multitud. El maestro de escuela, con un gran apoyo en el centro y el sur del país, es un completo marciano para la mayor parte de la sociedad limeña. En la capital, donde reside un cuarto de la población peruana (32,5 millones de habitantes), el apoyo al líder de Perú Libre apenas alcanza el 5% y el voto conservador supera el 50%. Por el contrario, en algunas de las zonas más pobres del país supera, la mayoría se decanta por Castillo. La segunda vuelta se convertirá así en una batalla entre Lima y las regiones.
“El pueblo es sabio, el pueblo entiende, estoy comprometido con el pueblo que hoy ha salido a las urnas a reflejar democráticamente esto”, dijo el candidato a los periodistas al conocerse los primeros resultados. Su lema “No más pobres en un país de ricos” triunfa en medio de una profunda crisis económica y social, marca por la pandemia, y política, con la sombra de la corrupción acorralando a todos los mandatarios peruanos de las últimas dos décadas.
La profunda desconexión territorial y social que existe en Perú, y que ha quedado de manifiesto en esta jornada electoral, afecta también a la mayor urbe del país. “Estoy muy nerviosa porque un candidato de extrema izquierda sea uno de los posibles para segunda vuelta. Si llega a pasar con Keiko Fujimori me vería obligada a votar por ella, algo que nunca habría querido. Pero ella no haría que Perú se estanque mientras Castillo me va a destrozar el país”, aseguraba Julia Valdivia, de 34 años, a las puertas de un colegio en el barrio de clase alta de Miraflores (Lima). A 23 kilómetros de allí, en el distrito Villa El Salvador, Ormilda Yamaní hacía cola con una bombona de oxígeno vacía en uno de los puntos de venta de la ciudad. Su abuela, contagiada de covid desde hace tres semanas, tiene una saturación tan baja que necesita oxígeno las 24 horas. Yamaní va dos veces al día a rellenar la bombona. “A veces llego a las siete de la noche y me atienden a las 10 de la mañana”. Este domingo, entre idas y venidas con el pesado tanque, fue a votar por Castillo, al que se refiere como “el del lapicito” por el logo de su candidatura. “Me parece que tiene buena propuesta para la educación”, se explica antes de que le toque el turno. La suspensión de las clases desde que comenzó la pandemia en marzo de 2020 ha supuesto un obstáculo para las familias peruanas, sobre todo las de menos recursos.
A pocos metros de ella, en el corazón de este distrito humilde de la periferia de la capital, decenas de personas hacen cola para votar en la escuela pública Príncipe de Asturias. Está María, ama de casa de 36 años, que ha “marcado por cualquiera” porque ninguno le parece bien. Jorge, de 29 años y asesor de ventas de móviles, que votó por el conservador Hernando de Soto “por sus conocimientos y porque dijo que con él, el costo de la vacuna [de la covid] va a ser accesible para los que no tienen”. La propuesta de De Soto es que sea el sector privado el que adquiera las dosis. Por allí también está Nancy Urunkuy, 47 años, pero no viene a votar. Llega a buscar al padre de sus tres hijos que se fue de casa hace tres años y nunca le ha dado un sol para mantenerlos. “Vive por aquí, tiene que aparecer”, sostiene.
En un trayecto en taxi de vuelta a Miraflores, el conductor Romer Egusquiza recibe la noticia de que su prima ha muerto en casa contagiada por coronavirus. “Es el cuarto familiar que entierro”, dice. Michel, trabajador de una de las empresas que recarga los tanques de oxígeno, cuenta que abren los teléfonos una hora por la tarde para dar citas y que cada día reciben más de 3.000 llamadas que colapsan la línea. Perú votó este domingo en el peor momento de la pandemia, con el mayor pico de muertes diarias, más de 380 según las cifras oficiales, en las que seguramente no entre la prima de Egusquiza. Él, que votó por la tarde, asegura que va a “viciar su voto, tacharlo todo” para que sea invalidado.
El politólogo José Incio explica por teléfono que en unas elecciones tan fragmentadas, el candidato Pedro Castillo ha atraído el voto de un tipo de electorado “que no es adverso al riesgo, que quiere algo distinto y tiene esperanza en buscar solución a sus necesidades más concretas, a las que el sistema actual no ha ayudado”. Para el investigador, el apoyo al candidato debe leerse “como una reivindicación identitaria”. “Si un extraterrestre llegara a Perú y solo viera la televisión, pensaría que todos los peruanos son como quienes se ven allí, medio europeos, y no es así”, añade.
La batalla de la segunda vuelta, que se celebrará en junio, pondrá sobre la mesa dos modelos enfrentados. El conteo rápido que dio a conocer en la madrugada del lunes la encuestadora Ipsos, con una muestra de mesas de todo el país, también da la victoria a Castillo y deja en segundo lugar a Fujimori. Si la líder fujimorista logra meterse en la segunda vuelta, lo haría por terceras elecciones consecutivas. En las dos anteriores, perdió al final. En 2011 fue superada por Ollanta Humala. En 2016, por Pedro Pablo Kuczynski. Keiko es la candidata que genera mayor rechazo entre los electores, según las encuestas. Hasta un 65% asegura que nunca la votaría. Pero la aparición por sorpresa de Castillo podría concentrar todo el voto conservador en ella y darle una nueva oportunidad, justo cuando atravesaba su peor momento. Los errores políticos y la sombra de la corrupción —la Fiscalía pide 30 años de cárcel para ella por lavado de dinero— habían dejado su apoyo bajo mínimos, en manos de los irreductibles del fujimorismo. Pero con un voto tan disperso, en el que ningún candidato ha superado en las urnas el 20%, ese pequeño nicho puede ser suficiente para que lo que no logró cuando se le consideraba la mujer más poderosa de Perú, hace cinco años, se haga realidad el próximo mes de junio.
Los tres candidatos conservadores en liza concentran un perfil de votante similar, por lo que todo apuntaría a que de cara a la segunda vuelta podrían unir sus fuerzas contra Castillo. De Soto fue asesor del autócrata Alberto Fujimori y consejero de gobiernos autoritarios en países árabes. López Aliaga es un millonario célibe ligado al Opus Dei que promete combatir el “nuevo orden marxista”.