Ha comenzado una nueva era de guerra, de alta tecnología.
La guerra de Ucrania es la mayor en Europa desde 1945, en que terminó la Primera Guerra Mundial. Marcará la forma de entender el combate en las próximas décadas, pues tira por tierra la creencia de que los conflictos modernos serían de pocas bajas.
Por el contrario, apunta a un nuevo tipo de guerra de alta intensidad, que combina tecnología punta con matanzas a escala industrial, y consumo de municiones, incluso cuando atrae a civiles, aliados y empresas privadas.
El conflicto ruso-ucraniano nos deja hasta ahora 3 grandes lecciones: lo primero, y más evidente, el campo de batalla se vuelve transparente. Gracias a los sensores, drones y satélites, nadie está a salvo. Por tanto, el siguiente paso será cegar al enemigo, antes que te encuentre.
Lo segundo: la guerra puede seguir implicando una inmensa masa física de cientos de miles de seres humanos, y millones de máquinas y municiones. Las bajas en Ucrania han sido graves. Para adaptarse, las tropas han removido montañas de barro para cavar trincheras, dignas de la Primera Guerra Mundial. El consumo de municiones y equipos es asombroso: Rusia ha disparado 10 millones de proyectiles en un año. Ucrania pierde 10.000 drones al mes. Está pidiendo a sus aliados municiones de racimo de la vieja escuela, para ayudar a su contraofensiva.
La tercera lección: la frontera de una gran guerra es amplia e indistinta. Los conflictos de Occidente en Afganistán e Irak, fueron librados por pequeños ejércitos profesionales, e impusieron una carga ligera a los civiles en casa, pero a menudo mucha miseria a la población local.