Un estudio indica que los futbolistas tienen más probabilidades de desarrollar demencia
EL PAÍS .- La muestra incluye 6.007 jugadores del fútbol sueco que jugaron entre 1924 y 2019; los porteros, a diferencia de sus compañeros de campo, no padecen más riesgo. Un estudio hecho en la máxima división del fútbol sueco y publicado por la prestigiosa revista The Lancet Public Health, indica que los futbolistas de élite tienen 1,5 veces más de posibilidades que el resto de la población de desarrollar enfermedades neurodegenerativas, como demencia o Alzheimer. No es así, sin embargo, en el caso de los guardametas que, respecto a sus compañeros de campo, cabecean mucho menos la pelota. La muestra incluye 6.007 futbolistas que jugaron entre 1924 y 2019 en la liga del país escandinavo. Otra de las conclusiones de la publicación es que el riesgo de padecer enfermedades que afectan a las neuronas motoras (como la ELA, esclerosis lateral amiotrófica) no aumenta. Y, en el caso del Parkinson, el riesgo es menor comparado con el resto de la población. Entre los 6.007 futbolistas masculinos de la Primera División sueca estudiados, el 9 % (537) fueron diagnosticados con una enfermedad neurodegenerativa, mientras que los controles en el resto de la población detectaron un 6% (3.485 de 56.168). Los porteros diagnosticados fueron 38 de 510, un 7,5%. Según Peter Ueda, profesor asistente del Karolinska Institutet, que ha participado en el estudio, eso responde a una teoría. “Se ha planteado la hipótesis de que los traumatismos craneales leves repetitivos sufridos al cabecear el balón son la razón por la que los jugadores de fútbol tienen un mayor riesgo, y podría ser que la diferencia en el riesgo de enfermedades neurodegenerativas entre los futbolistas de campo y los porteros respalde esta teoría”. Así también lo valora David Curtis, profesor honorario del UCL Genetics Institute en declaraciones a SMC. “Este estudio replica hallazgos previos de que jugar al fútbol profesional está asociado con un riesgo sustancialmente mayor de demencia. Parece extremadamente plausible que cabecear repetidamente la pelota durante el entrenamiento y el partido produzca daño cerebral que con el tiempo puede provocar demencia. El hecho de que no aumente el riesgo para los porteros, que rara vez cabecean el balón, refuerza esta hipótesis”. A una conclusión parecida llegó otro estudio realizado en Escocia en 2019 con el apoyo de la federación inglesa y del sindicato de jugadores. La investigación, en ese caso, sugirió que los futbolistas (no diferenciaba entre porteros y jugadores de campo) tenían 3,5 veces más probabilidades de desarrollar enfermedades neurodegenerativas. Es precisamente por eso que algunas federaciones han implementado medidas para reducir los golpeos con la cabeza en los entrenamientos en grupos de edad más jóvenes. Lo han hecho, por ejemplo, la federación inglesa, la escocesa y la de Irlanda del Norte (se prohíbe golpear o rematar de cabeza a los menores de 12 años). También la estadounidense fue pionera, al ser la primera en prohibir, en 2015, los cabezazos en entrenamientos a menores de 10 años y recomendando limitarlos en la franja de edad de entre 11 y 13. En Inglaterra y Estados Unidos los niños de menos de 12 años no pueden cabecear la pelota.KINZIE RIEHM (GETTY IMAGES) El pasado mes de agosto, la International Board (IFAB) aprobó un protocolo de ensayos -de obligado cumplimiento- con la prohibición de “cabecear el balón de manera intencionada” en todas las competiciones y partidos de categorías sub12 e inferiores. No respetar la norma conlleva una sanción de una falta para el equipo rival. En el proyecto piloto participan, precisamente, la Federación inglesa y la de Estados Unidos, que enviarán los datos recopilados a la IFAB. Para sumarse, basta con solicitar el permiso a la IFAB y comprometerse a remitir los datos y las valoraciones correspondientes. En el estudio realizado en Suecia no se observó un aumento significativo del riesgo para los jugadores de padecer enfermedades como la ELA, 0,3% (14 de 5.497) con respecto a la población general, 0,2% (100 de 56.168). Y en cuanto al Parkinson, el riesgo es menor entre los futbolistas que entre la población general, 1% frente a 1,3%. La mortalidad global fue ligeramente inferior entre los futbolistas en comparación con el grupo de control del estudio. (40% frente a 42%). Björn Pasternak, investigador principal del Karolinska Institutet, lo valora así: “La mortalidad general más baja que observamos entre los futbolistas indica que su salud general era mejor que la de la población general, probablemente debido a que mantienen una buena forma física por jugar al fútbol con frecuencia. La actividad física se asocia con un menor riesgo de demencia, por lo que se podría plantear la hipótesis de que los riesgos potenciales de los impactos en la cabeza se compensan en cierta medida con una buena forma física. La buena condición física también puede ser la razón detrás del menor riesgo de enfermedad de Parkinson”. Lo suscribe Gill Livingston, profesor de psiquiatría de personas mayores del University College London: “Es importante tener en cuenta que las personas que juegan al fútbol viven más que las personas con las que se les compara. La gente teme desarrollar demencia: estos hallazgos apuntan a formas en que podemos reducirla y no solo para los futbolistas. Necesitamos actuar para proteger la cabeza y el cerebro de las personas y seguir practicando deporte”. Los autores, por otra parte, han puesto la lupa sobre algunas limitaciones de su estudio. Las enfermedades neurodegenerativas, por ejemplo, suelen desarrollarse con el paso de los años y la mayoría de los jugadores del estudio que tenían la edad suficiente para haber desarrollado una de estas afecciones jugaron fútbol de élite a mediados del siglo XX. Desde entonces, indican los autores, “el fútbol ha cambiado de muchas maneras que pueden afectar el riesgo de enfermedades neurodegenerativas”. Y citan el cambio de pelotas (de cuero a sintéticas, que no absorben agua y no se vuelven más pesadas como antiguamente), la forma de entrenar -más rigurosa y profesional- o el cambio de estilo de juego asociado a un menor traumatismo craneal pueden haber reducido el riesgo. Por otro
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