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Ecuador: abril 16, 2025

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Ecuador, abril 16, 2025

Descubierto un nuevo mecanismo para mejorar la resistencia al cáncer

El País .- El equipo del bioquímico español Miguel Reina ha identificado cómo potenciar los glóbulos blancos que destruyen las células cancerosas.   Muchas personas ignoran que en su pecho, entre las puntas superiores de los pulmones, hay una pequeña glándula parecida a la flor del tomillo: el timo, de apenas 30 gramos. Los glóbulos blancos —las defensas del cuerpo humano— se forman en el interior de los huesos, pero algunos viajan al timo para madurar y convertirse en linfocitos T citotóxicos, los auténticos asesinos en el sistema inmunitario, capaces incluso de destruir las células cancerosas. Un equipo encabezado por el bioquímico español Miguel Reina ha descubierto ahora una manera de fortalecer a estos soldados y mejorar la inmunidad frente a los tumores y las infecciones. Su descubrimiento se publica este miércoles en la revista Nature, vanguardia de la mejor ciencia del planeta.   Los linfocitos T salen del timo, por eso la T, y circulan por la sangre. Cuando un virus ataca, por ejemplo, en el intestino, estos glóbulos blancos acuden y aniquilan las células infectadas. Una vez solucionado el problema, los linfocitos T se quedan a vivir en el órgano de turno durante décadas, como vigilantes de seguridad perpetuos. Es la llamada memoria residente en tejidos. Reina, nacido en Barcelona hace 32 años, pone el ejemplo de su propia vida para explicar el fenómeno. El bioquímico investiga en la Universidad de California en San Diego, en Estados Unidos. Y hace una década pasó brevemente por un centro alemán. “Los linfocitos se adaptan a cada tejido, igual que hice yo cuando vine a San Diego. De entrada, me compré un teléfono estadounidense. En Alemania, intenté hablar alemán. Son distintos tipos de adaptaciones que te permiten vivir en un lugar o en otro”, expone. Lo mismo ocurre con los linfocitos T, que desarrollan diferentes estrategias en función de si se fijan al intestino, al pulmón u a otro órgano.   El equipo de Reina se ha concentrado en el intestino, analizando uno a uno los linfocitos T residentes, unas células de apenas unas milésimas de milímetro. Sus resultados muestran que estos glóbulos blancos intestinales tienen potenciada la maquinaria que sintetiza el colesterol, una sustancia similar a la grasa y esencial en el funcionamiento celular. Sin embargo, en sus experimentos, una dieta rica en colesterol reducía la eficacia de los linfocitos T, en lugar de aumentarla. Reina explica que, si estas células detectan un exceso de colesterol, dejan de producirlo, igual que una persona dejaría de cocinar si le llevan gratis platos cocinados a casa.   Los investigadores se fijaron entonces en un producto intermedio de esa creación de colesterol: la coenzima Q, una molécula necesaria para generar energía en las mitocondrias, auténticas baterías de la célula. “Lo que hemos visto es que los linfocitos T tienen potenciada la maquinaria de producción de colesterol, pero no para hacer colesterol, sino para hacer coenzima Q, que aumenta la capacidad de generar energía”, señala Reina. Su grupo incluso ha identificado un fármaco ya existente que incrementa la producción de coenzima Q y alarga la supervivencia de ratones con cáncer. Es el ácido zaragózico A, un producto natural aislado hace tres décadas en un cultivo de hongos obtenidos de una muestra de agua del río Jalón, en Zaragoza.   El bioquímico es optimista. “Las adaptaciones que hemos encontrado se pueden traducir bastante bien a terapias contra el cáncer en general, porque no solo ocurren en el intestino. Podrían ser útiles contra el cáncer de colon y el melanoma, y es probable que también para otros tipos de tumores. Lo que hay que hacer ahora es estudiar, por ejemplo, las adaptaciones al pulmón, para ver si podemos mejorar los tratamientos contra el cáncer de pulmón. Y lo mismo con el hígado, etcétera”, reflexiona Reina.   Las adaptaciones que hemos encontrado se pueden traducir bastante bien a terapias contra el cáncer en general Miguel Reina, bioquímico El investigador apunta otra clave. Más de 200 millones de personas en el mundo toman estatinas, un tipo de fármaco para bajar el nivel de colesterol en la sangre. “Las estatinas bloquean el metabolismo del colesterol, así que podrían ser tóxicas o dañinas para los linfocitos T del intestino. Necesitamos investigar más para averiguar cuáles son las repercusiones reales en los humanos. No queremos ser alarmistas, simplemente decimos que esto hay que analizarlo con mayor detalle”, subraya. Reina, sin embargo, recalca que el beneficio para la salud de tomar estatinas es indiscutible. Los estudios epidemiológicos no han detectado ningún aumento de casos de cáncer en las personas que toman estatinas.   El inmunólogo Santos Mañes cree que el nuevo estudio es muy relevante. “La importancia fundamental de este trabajo es que demuestra que no es lo mismo una célula T residente en el intestino delgado que una célula T residente en el hígado o en el riñón”, opina Mañes, del Centro Nacional de Biotecnología, en Madrid. “El ambiente del tejido en el que se encuentran estas células condiciona su programa metabólico. Y condicionar el programa metabólico condiciona su funcionalidad”, resume.   Mañes también intuye las aplicaciones. “Las células T de memoria residentes en el intestino son muy dependientes de la coenzima Q, así que es evidente que los tratamientos que lograran aumentar la síntesis de coenzima Q favorecerían su función y, por lo tanto, tendrían un papel antitumoral más destacado”, afirma. Y lanza una advertencia: “Extrapolando, se podría inferir que una dieta rica en colesterol podría favorecer la generación de tumores intestinales inhibiendo a estas células”.

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Una vacuna de ARN logra un primer éxito contra el cáncer de páncreas, el tumor más letal

El País .- Ocho pacientes responden de forma positiva a un tratamiento experimental combinado con fármacos convencionales De los más de 100 tipos de cáncer conocidos, el de páncreas es el más letal. El 88% de los pacientes mueren a pesar de haber recibido los tratamientos disponibles, principalmente cirugía y quimioterapia. Esta terrible estadística tiene un reverso luminoso: un 12% de enfermos sobreviven. Algunos viven años, incluso más de una década, sin sufrir recaídas. En términos médicos están curados. ¿Cómo lo consiguen? Esa pregunta ha inspirado el desarrollo de una vacuna contra el cáncer de páncreas basada en ARN, la misma molécula que permitió crear en tiempo récord las inmunizaciones contra la covid. Los resultados de las primeras pruebas en pacientes —apenas 16 personas en una primera tanda de ensayos— acaban de mostrar resultados prometedores. La vacuna ha conseguido activar el sistema inmune de la mitad de los pacientes. Ninguno de ellos tuvo una recaída en el tiempo que duró el ensayo: 18 meses. En cambio, todos los enfermos en los que la vacuna no provocó reacción sufrieron recaídas. Los resultados son aún muy preliminares, pero marcan un importante hito en un campo en el que los tratamientos y la supervivencia de los pacientes apenas han mejorado en los últimos 40 años. El cáncer de páncreas es el tumor frío por antonomasia. En jerga oncológica, esto significa que el sistema inmune es incapaz de detectarlo y provocar inflamación —calor— para matarlo. Por eso en el páncreas no funciona la inmunoterapia, el tratamiento oncológico más exitoso de los últimos años. Lo sorprendente es que los tumores de supervivientes a largo plazo están ardiendo: en ellos hay hasta 12 veces más células inmunes que en el resto de pacientes. Esas células inmunes son linfocitos T asesinos, un tipo de glóbulo blanco capaz de matar a otras células. Los linfocitos T de los supervivientes han aprendido a identificar las proteínas aberrantes que produce el tumor—llamadas neoantígenos— y aniquilarlo. “Tras analizar muestras de supervivientes a largo plazo, nos preguntamos si podíamos emularlo en el resto de los pacientes”, explica a este diario Vinod Balachandran, médico del Centro de Cáncer Sloan Kettering de Nueva York y líder del equipo que ha desarrollado la vacuna. Lo más importante, opina, es que al contrario de lo que se pensaba hasta ahora, el cáncer de páncreas sí produce moléculas que permiten lanzar al sistema inmune contra él. Los resultados se publican este miércoles en la revista Nature, referente de la mejor ciencia mundial. Junto a Balachandran firman Ugur Sahin y Özlem Türeci, el ya célebre matrimonio de origen turco que fundó BioNTech y creó la exitosa vacuna de ARN contra la covid en colaboración con Pfizer. Lo cierto es que ambos montaron su empresa, precisamente, con la idea de conseguir las primeras vacunas efectivas contra el cáncer. El investigador Vinod Balachandran, en Nueva York en 2022.KARSTENMORAN (KARSTEN MORAN) En este complejo ensayo clínico hubo que fabricar una vacuna para cada paciente. Tras extirpar los tumores del abdomen de los 16 participantes, los investigadores secuenciaron su genoma e identificaron hasta 20 neoantígenos. Luego crearon vacunas de ARN que contenían la receta para que cada uno sintetizase en su organismo las moléculas específicas de su tumor. En este punto se les administró atezolizumab, un fármaco de inmunoterapia, una dosis de vacuna y, por último, mFolfirinox, un tipo de quimioterapia. Luego dieron una dosis de recuerdo. Además de los resultados positivos en el 50% de los pacientes ya mencionados, los investigadores observaron que aumenta en su organismo la cantidad de linfocitos asesinos, lo que probablemente esté detrás de la ausencia de recaídas. Balachandran explica que esperan comenzar “pronto”, junto a BioNTech, la segunda fase de pruebas más detalladas y con más pacientes, algo esencial para esclarecer la efectividad real de la vacuna. Una supervivencia de 18 meses sin recaída es un tiempo muy respetable” Ignacio Melero, Clínica Universidad de Navarra “Estos resultados son muy prometedores y sientan la base para una segunda fase de ensayos clínicos”, resaltan Amanda Huff y Neeha Zaidi, investigadoras de la Universidad Johns Hopkins (EE UU) que no han participado en el estudio, en un comentario también publicado este miércoles. Estas especialistas en vacunas oncológicas resaltan una observación sorprendente. Uno de los pacientes que respondieron a la vacuna tenía linfocitos asesinos no solo en su páncreas, sino también en el hígado, que aparentemente estaba sano, ¿por qué? Al parecer tenía una lesión no cancerígena caracterizada por una mutación en el gen TP53, que es la misma que había en su cáncer de páncreas. Esto hace pensar que el sistema inmune activado por la vacuna podría combatir no solo el tumor primario, sino también la metástasis en otros órganos. Ignacio Melero, experto en inmunoterapia de la Clínica Universidad de Navarra, destaca el avance. “Cuando el cirujano extirpa estos tumores suele quedar enfermedad residual. Estos resultados nos muestran que puede tener sentido añadir esta vacuna, que es la primera de ARN que ha mostrado resultados positivos en el páncreas, a los tratamientos convencionales. Una supervivencia de 18 meses sin recaída es un tiempo muy respetable”, resalta. Pero el oncólogo también advierte de que, por ahora, “la tecnología para desarrollar estas vacunas es muy compleja, especialmente porque hay que hacer una por paciente”. Aunque el tumor de páncreas no es uno de los más comunes, solo en 2020 se diagnosticaron más de 9.000 casos en España. Ana Fernández-Montes, portavoz de la Sociedad Española de Oncología Médica, cree que esta es una “aproximación muy esperanzadora”. “Hablamos de un tumor que tras una cirugía solo puede recibir quimioterapia para evitar recaídas, tratamiento a su vez con un elevado índice de fracasos y con una toxicidad muy importante”, explica. “Este tratamiento es un hito en los pacientes en los que se consigue estimular el linfocito T. Estamos convirtiendo un tumor frío, que no responde a inmunoterapia, en uno caliente, que potencialmente sí lo hará”, añade. Balachandran habla sobre las limitaciones de su trabajo. “Es difícil comparar lo que vemos en los pacientes vacunados con lo que vimos en los supervivientes a largo plazo, pero sí sabemos que el tipo de células inmunes que se

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Dos experimentos de biología sintética iluminan el camino de los futuros tratamientos contra el cáncer

Un trabajo con inmunoterapias permite que las células curativas se activen o desactiven según el progreso del cáncer y otro amplía el alcance de las exitosas terapias CAR-T a tumores como el de páncreas La historia de la lucha contra el cáncer es una batalla contra un enemigo interior. Las células tumorales son también nuestras y es difícil distinguirlas de las sanas, lo que explica la toxicidad de muchas terapias oncológicas. Las quimioterapias, los primeros fármacos contra el cáncer, matan a células enfermas y sanas con la esperanza de que estas salgan algo mejor paradas. Después, llegaron los tratamientos dirigidos, que buscaban bloquear la expresión de proteínas concretas, y detener así la progresión de la enfermedad. En los últimos años, inmunoterapias como las CAR-T han llevado la personalización de los tratamientos a un nuevo nivel. Estas células quiméricas se crean después de extraerle al paciente los linfocitos T (células especializadas del sistema inmune), introducirles modificaciones para que reconozcan antígenos determinados en las superficies de las células tumorales del enfermo, e inyectárselos de nuevo para que las eliminen.   Con cada avance, además de las mejoras en supervivencia, se hacen visibles las limitaciones, los efectos secundarios, o la gran capacidad del cáncer para adaptarse y burlar los tratamientos. Las CAR-T han mostrado eficacia con tumores líquidos, como la leucemia, pero no han conseguido superar las barreras inmunosupresoras que las desactivan antes de llegar a tumores sólidos como el de páncreas o el melanoma. Además, la actividad de estos tratamientos no se puede regular en el tiempo para responder a la capacidad de adaptación de las células cancerígenas. Esta semana, dos equipos científicos presentan en la revista Science soluciones que se apoyan en la biología sintética para superar algunas de estas limitaciones. De momento, esas tecnologías solo las han probado en ratones.   En uno de los trabajos, un equipo liderado por Ahmad Kalil, de la Universidad de Boston, desarrolló una serie de interruptores genéticos que se añaden a células inmunes humanas y permiten regular su actividad, haciendo, por ejemplo, que inicien su actividad antitumoral en un momento determinado, y que no actúen solo en el momento de inyectarlas en el paciente. Los científicos diseñaron el interruptor para que se active con fármacos ya aprobados y que han mostrado su seguridad, como el grazoprevir, que se utiliza para tratar la hepatitis C, el afimoxifeno, empleado para el cáncer de mama, o el ácido abscísico, una hormona presente en las plantas.   “La batalla entre los tumores y las células inmunes es cambiante y ahora mismo los linfocitos T no son capaces de adaptarse para derrotar al tumor” Emanuel Salazar-Cavazos, Instituto Nacional del Cáncer de EE UU   “La batalla entre los tumores y las células inmunes es cambiante y ahora mismo los linfocitos T no son capaces de adaptarse para derrotar al tumor”, apunta Emanuel Salazar-Cavazos, investigador mexicano del Laboratorio de Inmunología Integrativa del Cáncer del Instituto Nacional del Cáncer en Bethesda (EE UU) y coautor de un análisis que también publica hoy Science sobre los nuevos hallazgos. “En un momento dado, si se toma una muestra y ves que esos linfocitos T están perdiendo la batalla, podrías modificar algunos genes para regular una función que nos permita contrarrestar los mecanismos que esté empleando la célula tumoral para evadir al sistema inmune”, continúa.   Un cultivo de bacterias para crear una terapia CAR-T.GETTY Esta tecnología permitiría que inmunoterapias como los CAR-T se fuesen adaptando a una enfermedad tan dinámica como el cáncer. Grégoire Altan-Bonnet, líder del equipo en el que trabaja Salazar, apunta que “estas células se podrían modificar para que hubiese varias poblaciones, unas activas y otras en descanso, y se fuesen cambiando de estado para que siempre hubiese alguna activa y lista para atacar a las células tumorales”. Según explica Luis Álvarez-Vallina, director de la Unidad de Investigación Clínica en Inmunoterapia del Cáncer del Hospital 12 de Octubre y el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) de Madrid, esta combinación de apagados y encendidos permitiría evitar “que los linfocitos entren en agotamiento, algo que sucede cuando actúan de forma continuada”. Además, según indica este investigador, sería posible desactivar los CAR-T si se ve que el paciente se está intoxicando o potenciar su actividad en caso de necesidad.   En el segundo trabajo, un equipo liderado por Wendell Lim, de la Universidad de California, en San Francisco (EE UU), empleó unos receptores sintéticos para añadirlos a los CAR-T y así afinar el momento del ataque de los linfocitos mejorados. Ese nuevo punto de enganche sirvió para que los CAR-T produjesen interleuquina 2, una proteína que desencadena el ataque inmunitario, pero solo cuando hubiese contacto directo con las células tumorales. Por un lado, esta tecnología redujo los daños colaterales del bombardeo inmunológico, y por otro, permitió superar el entorno inmunosupresor que protege a los tumores sólidos y redujo su tamaño en los ratones que sirven como modelo.   Ensayos clínicos próximos La combinación de estas técnicas, si al final también funcionan en humanos, será una forma de adaptar las terapias a una enfermedad tan dinámica como el cáncer, manteniendo la actividad inmune a lo largo del tiempo, intensificándola cuando haya necesidad y dirigiéndola solo a los puntos donde se dañe el tumor sin herir al paciente. Lim explica que ya están “planeando utilizar esta tecnología en ensayos clínicos” y preparándose para “intentar empezar en uno o dos años”. Kalil apunta que aún no han llevado la tecnología a ensayos con humanos, pero que planean hacerlo en el futuro y que hay compañías biotecnológicas que también están desarrollando tecnologías similares para llevarlas al mercado. Wilson Wong, uno de los coautores del estudio, es cofundador de Senti Biosciences, una de esas compañías.   Además de los problemas técnicos, para que este tipo de tratamientos lleguen a muchas personas, deberán superar el coste de producirlos. Ahora, las terapias con CAR-T cuestan cientos de miles de euros y la incorporación de la biología sintética no los va a abaratar a corto plazo. A la larga, según comenta Altan-Bonnet, podría hacerlo: “Uno de los grandes problemas de los

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