La Casa Blanca quiere reparar algunos de los daños provocados por la política migratoria de Trump. Anunció un programa para aceptar hasta 30.000 refugiados por mes de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Haití que lleguen a la frontera Desde el barrio de Anapra, en Ciudad Juárez, se puede ver claramente los jardines maquillados de las casas de El Paso y por las tardes los autobuses amarillos que van dejando los chicos que regresan de la escuela. El contraste es tan grande que algunos lo toman como una atracción turística y se cuelgan de los alambrados y observan la escena más allá del río Bravo, que en esta zona es apenas un chorro de agua. Si se sube a los cerros que rodean esta ciudad mexicana, se puede ver un conglomerado de casi tres millones de personas en un conjunto con los que viven del lado estadounidense. Es un centro comercial y social extraordinario, con una vida exultante, donde las aduanas son apenas un accidente de la legalidad. Epicentro de la gran tragedia humanitaria de fines del siglo pasado y las primeras dos décadas de este XXI: la migración, el desplazamiento de los más pobres, los más necesitados. En Juárez/El Paso se vivieron cientos de crisis migratorias con miles de personas tratando de alcanzar Estados Unidos. Pero en los últimos meses, todo se agravó. Las restricciones de la Era Trump, el Covid, las persecuciones políticas en Centroamérica, la permanente crisis venezolana y dos años de inútiles peleas entre demócratas y republicanos en Washington dejaron a decenas de miles de personas tiradas en las calles con hambre y frío. Por dos años, el presidente Biden hizo oído sordo a lo que estaba aconteciendo allí mientras sus rivales le ponían una trampa política tras otra. Con el fin del año, estalló nuevamente la crisis humanitaria con miles que llegaron a la frontera a la espera de que la justicia estadounidense levantara las restricciones impuestas con la excusa de la pandemia. Intervino la Corte Suprema que, por ahora, detuvo todo y dejó a la gente en un limbo peligroso. Finalmente, Biden va a enfrentar al toro desbocado con un viaje a la frontera este fin de semana y otro a la Ciudad de México para tratar este tema y la otra gran crisis, la del fentanilo que está matando estadounidenses como moscas, con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el premier canadiense Justin Trudeau. Como ofrenda hacia Washington, el gobierno mexicano volvió a echar mano de la diplomacia oportunista de atrapar a algún conocido narcotraficante coincidiendo con la visita del presidente estadounidense de turno. El ex presidente Vicente Fox y el gobernador de Jalisco, David Alfaron, hablaron en las redes sociales directamente de “un regalo de bienvenida para Biden”. López Obrador ya había recurrido a la misma estrategia cuando visitó a Biden en Washington en julio pasado. Dos días después apareció capturado el veterano narcotraficante Rafael Caro Quintero, responsable del asesinato del agente de la DEA en 1985, Kiki Camarena, que había sido la espina más aguda en la relación estadounidense mexicana desde entonces. La cola de los inmigrantes que esperan recibir el estatus de refugiado en la frontera entre la ciudad mexicana de Juárez y la estadounidense de El Paso. REUTERS/Jose Luis Gonzalez En el año fiscal que finalizó en septiembre de 2022 se registró un récord absoluto con 2.150.000 detenidos en la frontera que intentaban cruzar en forma ilegal. Un aumento del 24% con respecto al año anterior y se prevé que cuando lleguen las cifras de este año serán exorbitantes. Este dato marca apenas el 10% de los que entran a Estados Unidos por la frontera de México. El resto no es detectado. Las raíces del incremento se pueden encontrar en los desastres ambientales y los problemas económicos en El Salvador, Honduras y Guatemala. Y los problemas económicos agravados por la represión política en Cuba, Nicaragua y Venezuela. A esto hay que sumarle el llamado Título 42, una ley de Donald Trump que originalmente tenía como objetivo prevenir la propagación de la Covid-19 en las instalaciones de detención de migrantes y que después se mantuvo para evitar más traspasos. Permite que los refugiados puedan llegar a la aduana fronteriza, pedir asilo y esperar la decisión de las autoridades. La mayoría son rechazados y lo vuelven a intentar varias veces. Los gobernadores republicanos de Texas, Florida y Arizona hicieron el resto cuando subieron a centenares de inmigrantes a autobuses y aviones y los mandaron ilegalmente a estados demócratas del noreste. El Título 42 debía expirar el 21 de diciembre, pero la Corte Suprema lo dejó en suspenso. El presidente del máximo tribunal, el juez John Roberts, bloqueó temporalmente su fin en espera de un fallo sobre un recurso de emergencia presentado por los estados gobernados por republicanos que piden que la política permanezca vigente. Los demócratas no saben cómo reparar este sistema “roto”. El alcalde de El Paso, Oscar Leeser, declaró el estado de emergencia después de que todos los centros de acogida de su ciudad colapsaran. La ley es ambigua y confunde a los inmigrantes que se mueven por rumores de que van a abrir o cerrar las fronteras y aumentar o disminuir las expulsiones. El mes pasado, el 29% de todas las personas que cruzaron la frontera fueron expulsadas en virtud del Título 42, mientras que la gran mayoría procedía de una larga lista de países -como Colombia, Cuba, India, Nicaragua y Rusia – a los que no se aplica esa ley. En otros miles de casos, se permitió a los migrantes entrar en Estados Unidos porque viajaban con niños o reunían los requisitos para alguna otra forma de protección. Un grupo de migrantes venezolanos pidiendo entrar a Estados Unidos frente a la iglesia Sacred Heart de El Paso, Texas. REUTERS/Paul Ratje Nada de todo esto, por supuesto, detiene a los que buscan una mejor vida para ellos y sus familias. A mediados de diciembre, la patrulla fronteriza procesó la entrada de casi 3.000 personas por día en el puente internacional Paso del Norte. Por la calle Cobre, del lado mexicano hay una cola de cuadras y cuadras de gente muerta de frío (centroamericanos no acostumbrados a estas temperaturas tan bajas) que no para de crecer.