El País .- La justicia desestima, por segunda vez, la petición del fiscal de archivar la causa contra el expresidente por manipulación de testigos y fraude procesal
El expresidente Álvaro Uribe quiere ser un presidente histórico, de los que aparecen en negrita en los libros de texto. Una de sus colaboradoras, en un exceso de grandilocuencia, dijo una vez en público que ya percibía el brillo del bronce en él. Uribe escuchaba azorado. Sus ochos años de gobierno a principios de siglo cambiaron el rumbo de Colombia y, si por él fuese, habría permanecido otros cuatro más. En lugar de eso puso a los dos presidentes siguientes, candidatos elegidos a dedo por él. El uribismo era entonces una fuerza predominante en el país. Con el tiempo, su ciclo político se fue desgastando y la nación acabó en manos de Gustavo Petro, su némesis. Uribe teme que su legado se borre como las olas del mar deshacen las huellas de la arena.
Su mayor preocupación, según los que le rodean, es acabar siendo el primer presidente condenado de la historia de Colombia. Uribe está empantanado por un caso que arrancó en 2018 y del que quiere desembarazarse a toda costa. Por ahora no lo ha conseguido, pese a que maniobró para que cayese en la Fiscalía General, en manos de un fiscal elegido por uno de los presidentes que puso en la silla, Iván Duque. Los jueces, por ahora, han evitado el archivo de la causa. La segunda vez, este martes, cuando una jueza rebatió los argumentos de la Fiscalía para desestimar la causa por manipulación de testigos y fraude procesal. Verlo sentado en el banquillo de los acusados cada vez parece más probable.
En este tiempo, el presidente ha limitado sus apariciones en público. Ha salido poco de su zona de confort, se limita a aparecer en foros donde se siente respaldado o en actos de su partido, donde es poco menos que un Dios. Pasa largas temporadas rodeado de caballos en su finca antioqueña o en la cordobesa, lejos de Bogotá. El caso ha minimizado las apariciones de un hombre que marcó durante casi dos décadas la agenda del país. Le ha afectado tanto que nunca quiere hablar a solas con nadie en una habitación, siempre pide que haya un testigo. Sus palabras se registran como si fuera acompañado de forma perpetua por un notario.
El astuto Petro, nada más llegar al poder, señaló a Uribe como su opositor principal. Fue una forma de desactivar a los que quisieran sacar cabeza y de paso de empoderar a un enemigo político que estaba en sus horas más bajas. A la derecha de Petro se sienta el senador Iván Cepeda, quien empezó todo este laberinto judicial. Uribe demandó a Cepeda por manipulación de testigos —el senador insistía en que el expresidente tenía nexos con paramilitares— y, cuando la Corte investigó el caso, consideró que quien podía estar falseando información era Uribe, que intentaba enlodar a Cepeda.
El hombre de confianza de Petro maneja un discurso de reconciliación y perdón, similar al que se produjo en Irlanda del Norte con el fin del IRA. En su cabeza está formar un gobierno de concertación en unos años, cuando el país esté preparado. Cuando se le pregunta si ese entendimiento pasa por indultar a Uribe, Cepeda guarda un enigmático silencio. Su nombre ha salido en algunas de las reuniones que han mantenido Petro y Uribe, aunque este asunto no se ha tratado de manera tan frontal. Por supuesto, fue en presencia de testigos.
El organizador de estos encuentros entre los expresidentes que han dejado con la boca abierta a los colombianos es el abogado Héctor Carvajal, desconocido hasta ahora. Carvajal defendió a Petro cuando fue destituido e inhabilitado como alcalde de Bogotá y tiempo después se hizo cargo de un caso que implicaba a los hijos de Uribe. Uno y otro estiman a este jurista hecho a sí mismo, que ejerce también de cojuez —juez sustituto—en el Consejo de Estado y en la sala penal de la Corte Suprema de Justicia. El rumor más extendido entre los profesionales vestidos de toga es que Carvajal podría ser el siguiente fiscal general, después de Francisco Barbosa, a quien en la Casa de Nariño, la residencia presidencial, consideran un opositor de facto. En los próximos meses, Petro debe enviar a la sala penal de la Corte Suprema una terna de candidatos para suceder a Barbosa, que en febrero abandonará su cargo y dejará un poco más huérfano a Uribe.
Petro podría promocionar a alguien leal, un amigo personal, que de paso tiene el afecto y el cariño de Uribe. La jugada, en teoría, beneficiaría también al expresidente, aunque tal y como se está comprobando son los jueces los que le encaminan al banquillo. “Tiene derecho a un juicio justo. Es más de lo que tuvieron miles de personas durante sus gobiernos”, dice el periodista Daniel Coronell, con quien Uribe tiene varias denuncias cruzadas. El camino se acaba y no queda mucho para que se sepa si acaba en el banquillo de los acusados, donde nunca se imaginó. Una condena que mancharía el brillo del bronce.