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Ecuador: julio 26, 2024

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Ecuador, julio 26, 2024
Ecuador Continental: 23:06
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“Ser calvo será una elección”: una operación y dos pastillas cambian la lucha contra la alopecia

El País .- El mercado de trasplantes capilares mueve 8.700 millones de euros anuales y los tratamientos complementarios apuntalan una industria incipiente Hay cosas que uno no puede esconder a su peluquero. Miguel Jiménez Guillamón da fe de ello. Cuando abrió su barbería, en 2005, nadie hablaba de trasplantes. Pero poco a poco, empezó a ver matas frondosas donde antes solo había pelo ralo; flequillos generosos que sustituyeron a frentes despejadas. “También veía cicatrices con una forma concreta que empecé a reconocer”, explica en conversación telefónica. Eran trasplantes capilares. Jiménez tomaba nota muy atento. Apenas tenía 20 años, pero ya estaba empezando a perder pelo. “Y eso me afectaba”, dice, “Tenía menos seguridad con las chicas, o en la calle. Además, en el trabajo me pasaba el día delante del espejo”. En 2012 decidió abrirse un canal de YouTube para dar consejos sobre el cuidado del cabello, pero le daba vergüenza subir contenido. “Yo decía: ‘¿Quién va a querer ver a un barbero calvo?”. Resulta que mucha gente. Michael, que es como se hace llamar en redes, habló abiertamente de su experiencia con la pérdida de pelo. Ganó 300.0000 seguidores. Después contó cómo fue su primer trasplante en España. Era 2014 y las cosas estaban a punto de cambiar. Para cuando realizó una segunda operación, en Turquía, en 2017, un millón de personas veían sus vídeos. Fue así como se dio cuenta de que no estaba solo. Nadie lo hablaba abiertamente, pero todo el mundo lo buscaba en internet. “Es normal. No te das cuenta de lo importante que es el pelo hasta que lo pierdes”, pensaba él. Al cumplir los 30 años, uno de cada cuatro hombres empieza a perder el pelo. A los 50, cerca de la mitad se encuentra en esta situación, algo que, 10 años después, afecta a dos de cada tres. Son los efectos más evidentes de la alopecia androgénica, que provoca el 95% de los casos de calvicie en hombres. Los menos visibles son las consecuencias psicológicas: baja autoestima, ansiedad y depresión. Dirk Kranz psicólogo, calvo y autor del estudio elocuentemente llamado Bald and Bad? (”¿calvo y malo?”, en inglés), señala que no son preocupaciones infundadas. “Ser calvo conlleva desventajas sociales a la hora de solicitar un empleo o de salir con una persona. Los hombres con una cabeza llena de pelo son percibidos de forma más positiva, como han demostrado numerosos estudios”, argumenta Kranz. “En algunas culturas, como en Asia Oriental (y antiguamente en el contexto europeo), la caída del cabello en el varón se asocia también con atributos positivos como la moralidad, la inteligencia y la sabiduría”, explica el experto. Sin embargo, el ideal occidental de belleza se está globalizando, y una cabeza llena de pelo parece ser indispensable para entrar en él. No hay más que echar un vistazo al crecimiento de la potente industria que se ha creado alrededor del pelo; o más bien, de su ausencia. En 2021, se realizaron alrededor de 3,4 millones de trasplantes capilares en todo el mundo, según la plataforma Medihair. El mercado mundial de esta operación se valoró entonces en unos 8.700 millones de euros. Eso es más del doble del PIB de un país pequeño como Andorra. El triple de lo que se invirtió ese mismo año en erradicar la malaria en el mundo. Cabelleras sintéticas, la próxima frontera El trasplante no hace que crezca pelo nuevo, solo lo cambia de sitio. Esto hace que algunos pacientes, con un grado de alopecia muy avanzado, no puedan hacérselo, y en esos casos se necesitaría crear pelo nuevo. Esta es la última frontera, y está cerca de ser traspasada. El biólogo celular Karl Koehler, de la Universidad de Harvard, lleva una década utilizando células madre y ha creado algunos parches de piel humana en los que, con el tiempo, crecen folículos pilosos. Esto abre la puerta a que, en el futuro, se puedan cultivar cabelleras sintéticas. Maksim Plikus, biólogo de la Universidad de California, está haciendo experimentos con la Scube3, una proteína que fomenta el crecimiento capilar. Su idea es inyectar una vacuna de ARN mensajero para dar la orden al cuerpo de liberar esta enzima. “Hay entusiasmo porque estamos a punto de alcanzar un punto de inflexión”, afirmaba Plikus en un reciente reportaje en la revista New Scientist. El optimismo en este campo no está ligado a un único tratamiento, lo que aumenta las posibilidades de encontrar una estrategia eficaz. Pero antes de entender qué nos depara el futuro, hay que echar la vista atrás. En los últimos años, la ciencia ha comprendido cómo funciona el proceso de caída del pelo, y ha dado con algunos productos que pueden retrasarla notablemente. Es difícil trazar el origen de esta historia: a menudo se cita una cárcel de Oklahoma (EE UU) donde los reclusos que cumplían condena por violación, que habían sido castrados, recuperaban el pelo; otras referencias bibliográficas lo sitúan en República Dominicana, donde se estudiaba a una serie de familias de un pueblo con muchos hijos intersexuales. El caso es que la ciencia, en algún momento del siglo XX, empezó a relacionar la testosterona, hormona masculina que se produce en los testículos, con la pérdida del cabello. En las décadas siguientes, los investigadores aprendieron que no actuaba sola. “Una enzima la convierte en una sustancia llamada dihidrotestosterona o DHT, que hace que los folículos pilosos se encojan”, explica Mario Puerta Peña, dermatólogo en la Clínica Doctor Morales Raya especializado en tricología. Los folículos pilosos son como fábricas de pelo, y la DHT ataca directamente al motor de la fábrica, la papila dérmica. “Se va atrofiando y el pelo que produce es cada vez más fino y corto. Se miniaturiza”, explica Puerta. Puede quedarse suspendido en este estado unos meses. Después, desaparece. Así, los calvos siguen teniendo las mismas fábricas de pelo que los demás, pero están encogidas. Podría decirse que no hay calvos, sino personas con folículos pilosos pequeños. Entender esto ha dado como resultado el descubrimiento de un tratamiento efectivo para combatir y retrasar la pérdida de pelo. Hay dos pastillas que mantienen alejados a muchos hombres del trasplante

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La música, aliada contra el insomnio: un proyecto europeo busca cómo usarla para dormir mejor

El País .– La Universidad Pompeu Fabra participa en una investigación que aspira a conseguir una alternativa a los tratamientos farmacológicos La música y el sueño están relacionados desde el principio de la vida. Las madres se la cantan a los bebés para que se duerman, hay personas que la escuchan para poder relajarse antes de ir a dormir, e incluso terapias para trastornos del sueño experimentan con ella para mejorar sus resultados. La Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona participa en un proyecto europeo que pretende averiguar cómo afecta la música al cerebro antes y durante el sueño y cuáles son las cualidades más eficaces que se pueden aprovechar para inducirlo. La investigación recibe el nombre de Lullabyte y quiere estudiar esta relación teniendo en cuenta las necesidades y los perfiles de cada persona para conseguir una alternativa a los tratamientos farmacológicos. El trabajo se va a centrar en averiguar cómo la música o el sonido pueden ayudar no solo a conciliar el sueño, sino a dormir más profundamente y de forma más reparadora, explica Sergi Jordá, investigador principal del proyecto en la UPF. “Aunque nos pasamos un tercio de la vida durmiendo, es curioso lo poquísimo que se sabe [sobre el tema]”, añade. El proyecto Lullabyte (del inglés lullaby, “canción de cuna”) une la musicología y la neurociencia con otras disciplinas como la psicología, la informática y la ciencia de datos. Jordá asegura que es la primera vez que se aborda la cuestión desde una perspectiva completamente interdisciplinar. Además de la universidad catalana, en la investigación participan otras nueve instituciones de Alemania, Países Bajos y Dinamarca, entre otros. La investigación, que ha empezado este año, durará hasta 2026 y está dotada con casi dos millones y medio de euros del programa Horizon Europe. El trabajo de la UPF dentro de este proyecto es estudiar a pacientes mientras duermen y además investigar cómo convertir en música o sonido la información extraída de sus ondas cerebrales. Jordá cuenta que empezarán con sonidos sintéticos, “algo así como música electrónica”, generados en tiempo real. “De alguna forma, lo que pase en su propio cerebro controlará lo que suene”, amplía. De esta forma pretenden lograr una forma de tratamiento completamente personalizada. Ana Fernández, coordinadora del Grupo de Estudio del Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN), cree que conocer esta relación puede ayudar a mejorar el sueño, sobre todo a personas con dificultades para conciliarlo y para mantenerlo. “Es un tratamiento de bajo coste, no tiene efectos secundarios y sería una buena intervención no farmacológica”, destaca convencida. Entre el 25% y el 35% de las personas en España padecen insomnio transitorio, y más de cuatro millones de personas lo sufren de forma crónica, según datos de la SEN. Algunos trabajos anteriores ya han observado que, cuando hay problemas de sueño, la música supone una mejoría con respecto a no hacer nada y a escuchar audiolibros o ruido blanco, comenta la neuróloga. Aunque reconoce que los estudios sobre el tema todavía son escasos porque hace poco que se investiga. Beneficios probados, pero limitados En 2021, un metaanálisis publicado en la revista Behavioral Sleep Medicine comprobó que la intervención con música ayudaba a mejorar a los pacientes ingresados en unidades coronarias y de cuidados intensivos, así como el sueño de los adultos mayores. Sus autores vieron que era más eficaz a partir de las tres primeras semanas y cuando la exposición duraba menos de 30 minutos. La utilidad no era enorme, pero sí le atribuyeron pequeños beneficios en la calidad, la eficacia y la latencia de inicio del sueño (el tiempo que tarda una persona en quedarse dormida). Otra revisión publicada el mismo año en Journal of the American Geriatrics Society afirmaba que entre el 40% y el 70% de los ancianos tienen problemas para dormir y más del 40% sufren insomnio. En esta línea, según los autores, la música mejoraba la calidad del sueño de estas personas, que vivían en su casa, cuando la escuchaban entre 30 minutos y una hora antes de acostarse. Los investigadores achacaron su efecto a la capacidad de la música de reducir la frecuencia cardíaca, la respiración y la presión arterial, lo que disminuye la ansiedad y el estrés. Ana Fernández, de la SEN, está de acuerdo con esta afirmación y habla de un efecto de enmascaramiento del ruido. Hay personas con insomnio a las que cualquier estímulo les despierta y les pone en estado de alerta, así que la música les aísla de los sonidos externos e impide que su sueño se interrumpa. Hay otras cualidades que también se barajan, pero están menos comprobadas: como la relajación psicológica y la capacidad de disminuir los pensamientos rumiantes o las ideas intrusivas durante la noche, explica la neuróloga. Los medicamentos nos duermen, pero lo hacen mal Sergi Jordá investigador principal del proyecto Lullabyte en la UPF Sin embargo, no toda la literatura científica está de acuerdo con que esta relación sea buena. Hace dos años, un estudio de la Universidad de Baylor publicado en la revista Psychological Science aseguraba que escuchar música cerca de la hora de dormir podía producir lo que estos investigadores llamaron earworms (literalmente, “gusanos en los oídos”), cuando una canción o una melodía se reproducen continuamente en la cabeza de una persona. Algo que podría pasar incluso mientras se está dormido. Los autores afirmaban que quienes experimentan esta sensación tenían seis veces más posibilidades de tener una mala calidad de sueño. Actualmente, para el insomnio y otros problemas para dormir se emplean tratamientos que usan benzodiacepinas y drogas-Z (similares a las primeras, como el zolpidem), que tienen numerosos efectos secundarios que van desde la somnolencia diurna hasta la pérdida de memoria. “Son medicamentos que nos duermen, pero lo hacen mal”, asevera Sergi Jordá, de la UPF. El investigador cuenta que inducen un sueño que no es natural y que resulta menos reparador. El objetivo de Lullabyte es conseguir mejoras notables en las personas que sufren estos problemas y que, así, no tengan que recurrir a fármacos para poder descansar, concluye.

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El café es beneficioso para casi todo el mundo (pero mejor solo y sin azúcar)

Diversos estudios apuntan a que un consumo moderado de café se asocia a una menor mortalidad, pero puede tener efectos indeseados en algunos grupos de población, por ejemplo en embarazadas. Para la capitana de la Flota Estelar Kathryn Janeway, interpretada por Kate Mulgrew en la serie Star Trek: Voyager, el café es “la mejor suspensión orgánica jamás ideada”, una afirmación con la que muchos otros humanos parecen estar de acuerdo. Según la Asociación Española del Café (AECafé), cada día bebemos 65,5 millones de tazas en España, el 80% con cafeína: 46,5 millones en nuestros hogares y 19 más en hoteles, restaurantes y cafeterías. Si incluyésemos a la población infantil, nos sale a 1,4 cafés diarios por habitante y eso que no somos los más cafeteros: nuestro consumo per capita (3,81 kilos al año) se sitúa en la mitad del de Italia, Países Bajos y Finlandia. De hecho, la relación de nuestra especie con este estimulante, originario del actual norte de Etiopía y cuyo consumo se remonta por lo menos al siglo XIII, linda con el delirio. “En mi opinión, es inhumano obligar a personas que tienen una auténtica necesidad médica de tomar café a hacer cola detrás de gente que aparentemente lo considera una especie de actividad recreativa”, afirmaba el humorista estadounidense y ganador del Pulitzer Dave Barry.   Por suerte, y aunque esa necesidad médica aún no se ha descrito, una recopilación de más de 200 metaanálisis publicada en 2017 en The BMJ constató que el consumo de café parece seguro dentro de los niveles habituales de ingesta, con una mayor reducción del riesgo para diversas patologías con tres o cuatro tazas al día.   Esos beneficios incluyen una reducción en la mortalidad por todas las causas y un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, varios tipos de cáncer, afecciones neurológicas, metabólicas —como la diabetes tipo 2— y hepáticas, como la cirrosis. Felizmente para las personas cuyo sueño es susceptible a la cafeína, a quienes no se les recomienda beberlo después de media tarde, el descafeinado también tiene esas ventajas. Pero, eso sí, las virtudes del brebaje se obtendrían siempre y cuando se tome al gusto de la capitana Janeway: solo —excluyendo los efectos perniciosos de la grasa de la leche o la nata— y sin azúcar.   Si bien esa investigación concluía que el consumo moderado de café es “más probable que beneficie la salud, que que la perjudique”, sus autores también recordaban que la mayor parte de los trabajos evaluados son observacionales y que se necesitan ensayos clínicos sólidos para comprender si estas asociaciones son causales. Advertían, asimismo, de posibles efectos indeseados. Por ejemplo, su consumo durante el embarazo podría estar asociado a bajo peso al nacer, partos prematuros o abortos y podría aumentar el riesgo de fractura en mujeres, aunque no en hombres.   Un grupo de especialistas adscritos, entre otros, al Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBEROBN) constató una mayor longevidad asociada al consumo de café tras estudiar a 20.000 voluntarios durante unos 10 años, con una asociación incluso más clara entre los mayores de 54 años. “El grueso de las enfermedades crónicas se produce en edades más avanzadas y es ahí donde el café puede tener un efecto más beneficioso”, señala a EL PAÍS Estefanía Toledo, una de las firmantes del estudio y catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra e investigadora del Instituto de Investigación Sanitaria de Navarra (IdiSNA).   Otro grupo de expertos españoles del Consorcio de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP) analizó su consumo en más de 3.000 mayores de 60 años y constató que dos o más tazas al día podrían ser beneficiosas en mujeres y en personas con hipertensión, obesidad o diabetes. “Mucha evidencia científica en el ámbito de la dieta viene de estudios poblacionales, pero con esto es suficiente para dar consejos nutricionales a la población, a veces no necesitamos más”, explica por teléfono Esther López-García, coautora de ambos trabajos y catedrática de medicina preventiva y salud pública de la Universidad Autónoma de Madrid. “Para el café, la evidencia poblacional es ya tan fuerte que ahora mismo no hace falta ningún ensayo clínico que demuestre que disminuye el riesgo de infarto. De hecho, muchas guías alimentarias ya lo incluyen como bebida saludable”, añade.   Obtenida de los granos tostados y molidos de la planta del café o cafeto, su consumo también se ha correlacionado con menor riesgo de alzhéimer y párkinson, pero su mecanismo de neuroprotección no está claro. En 2018, investigadores canadienses describieron que algunos de sus componentes inhiben la formación de proteínas cuyo acúmulo se asocia a estas enfermedades, como el β-amiloide, si bien señalaban que “es probable que el efecto neuroprotector se deba a una combinación de factores”.   Aunque sus efectos sobre el organismo se han achacado con frecuencia a la cafeína —el agente psicoactivo más consumido del mundo—, el café tostado es una mezcla compleja de más de 1.000 fitoquímicos bioactivos, algunos con efectos potencialmente terapéuticos. Contiene, entre otros, polifenoles como el ácido clorogénico y los lignanos, el alcaloide trigonelina, melanoidinas formadas durante el tueste y cantidades modestas de magnesio, potasio y vitamina B3 (niacina).   Algunos de esos compuestos tienen propiedades antioxidantes, antiinflamatorias, anticancerígenas, mejoran el microbioma intestinal y modulan el metabolismo de la glucosa y las grasas. Pero la composición bioquímica y efectos de cada taza varían en función de las variedades de café (arábica frente a robusta) o de cómo se elabora a partir del grano verde sin tostar, del grado de tueste y del método de preparación. Por ejemplo, el tomado sin filtrar, como el que se sirve hervido (café turco) o el prensado en una cafetera de émbolo francesa, presenta diterpeno cafestol, un compuesto que aumenta el colesterol, mientras que el café sometido a un filtro de papel lo depura de esta sustancia.   Como explican Toledo y López-García, el habitual consumo simultáneo de café con productos que causan cáncer de forma inequívoca, como el tabaco o el alcohol, también ha distorsionado durante décadas el conocimiento de sus beneficios sobre la

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