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Ecuador: julio 26, 2024

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Ecuador, julio 26, 2024
Ecuador Continental: 19:26
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La diabetes afectará a 1.300 millones de personas en 2050, el doble que en la actualidad

El País .- Una serie de artículos médicos sugiere reforzar la atención a cuestiones socioeconómicas para hacer frente a una enfermedad asociada a la obesidad, el consumo de alcohol o tabaco y la falta de actividad física.   En 2018, Nam Han Cho, entonces presidente de la Federación Internacional de Diabetes (IDF, de sus siglas en inglés), se refería a la epidemia de esta enfermedad como “la tercera guerra mundial”, comparando el millón y medio de muertos anuales que causa con los caídos en una contienda bélica. La hipérbole muestra la desesperación de algunos expertos ante el avance implacable de la enfermedad y la dificultad para concienciar a la sociedad de su magnitud. Hoy, la revista médica The Lancet publica una serie de artículos en los que vuelve a llamar la atención sobre la amenaza de la diabetes, a la que, plantean, no se enfrenta con las herramientas adecuadas.   Según las estimaciones publicadas en la revista, en 2050 habrá alrededor de 1.300 millones de personas viviendo con diabetes en todo el mundo, un incremento que multiplica por más de dos los 529 millones de afectados de la actualidad. El 90% serán personas con diabetes tipo 2, una enfermedad asociada a la obesidad, la dieta, el consumo de alcohol o tabaco y la falta de actividad física, y que está muy relacionada con la pobreza. En EE UU, la diabetes es 1,5 veces más frecuente entre minorías como los negros o los indígenas americanos, un problema que los autores de los artículos de The Lancet atribuyen, entre otras cosas, al racismo estructural.   En un editorial que también se publica este viernes, la revista advierte ante el enfoque erróneo que muchos aplican a la diabetes. Pese al éxito de nuevos fármacos contra esta dolencia, que también ayudan a reducir la obesidad, “la solución a sociedades insanas e injustas no son más pastillas, sino reevaluar y reimaginar nuestras vidas para proporcionar oportunidades que aborden el racismo y la justicia, y actúen sobre los factores sociales de la enfermedad”, afirman citando a la médica Rupa Marya y el economista Raj Patel. El mercado de los fármacos contra la diabetes crecerá, según algunas estimaciones, hasta los 100.000 millones de dólares en la próxima década y podría alcanzar una cifra 10 veces mayor en 2045. Sin embargo, como sucede con muchos otros males, que son más tratables con hábitos saludables aplicados a tiempo que con fármacos cuando ya casi es tarde, el esfuerzo de anticipación ante la diabetes no recibe la atención necesaria. En 2018, los países de la Unión Europea emplearon, de media, un 2,8% de su gasto sanitario en prevención.   Desde hace tiempo, los expertos inciden en la necesidad de incluir la pobreza como un factor fundamental que combatir para mejorar la salud. La llamada de atención de The Lancet estima que para 2045, hasta tres de cada cuatro adultos con diabetes en el mundo vivirán en países de ingresos medios o bajos. Hoy, solo alrededor del 10% de las personas que sufren la enfermedad en estos lugares recibe un tratamiento adecuado. El crecimiento de la carga que supone la diabetes, no obstante, no solo se ve en esos países con menos recursos. En EE UU, la prevalencia de la enfermedad se ha multiplicado casi por dos entre los jóvenes, cada vez más expuestos a todo tipo de alimentos que incrementan el riesgo de obesidad y una vida más sedentaria. Como con todas las enfermedades en todos los lugares del mundo, los que más sufren el incremento en la principal potencia mundial son los pobres, que son, con mayor frecuencia, negros o nativos americanos.   Con las tendencias actuales, no está previsto que ningún país reduzca sus porcentajes de diabéticos y habrá regiones como el norte de África u Oriente Próximo en las que las tasas alcanzarán el 20%. “La diabetes sigue siendo una de las mayores amenazas para la salud pública de nuestro tiempo y va a crecer rápidamente durante las próximas tres décadas en todos los países, sin diferencia de edad o sexo, planteando un reto importante para los sistemas sanitarios de todo el mundo”, afirma Shivani Agarwal, de la Escuela de Medicina Albert Einstein, en Nueva York (EE UU). Agarwal, que ha liderado esta serie de artículos, afirma que “centrarse en comprender la desigualdad en la diabetes es vital para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU, que quieren reducir las enfermedades no transmisibles [como el cáncer o la diabetes] en un 30% en menos de siete años y reducir los crecientes efectos negativos en la salud de poblaciones marginadas y sobre la fortaleza de las economías nacionales en las décadas venideras”, añade.   En la serie, se mencionan casos de éxito en el apoyo a comunidades con menos recursos, como las de algunos países del África subsahariana, donde la cooperación de los gobiernos, la industria y las asociaciones de pacientes ha permitido facilitar el acceso a insulina y otros productos sanitarios con reducciones medibles del impacto de la enfermedad.

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Una revisión de estudios desde hace 40 años confirma que las dietas vegetariana y vegana reducen las grasas en sangre

El País .- Los resultados apuntan a un posible beneficio cardiaco de las dietas vegetales sanas que ya se había observado con anterioridad   Las dietas veganas o vegetarianas están asociadas a una menor concentración de lípidos en sangre como el colesterol. Como algunos de estos lípidos producen ateroesclerosis al acumularse en las paredes de las arterias, seguir este tipo de alimentación puede reducir el riesgo de sufrir algunas enfermedades cardiovasculares. Esta es la conclusión de un análisis de una treintena de ensayos clínicos realizados durante los últimos 40 años que se acaba de publicar en la revista European Heart Journal. Los investigadores, liderados por Ruth Frikke-Schmidt, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), enmarcan la relevancia de sus resultados en la agenda de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, que plantea reducir en un tercio la mortalidad prematura provocada por enfermedades no transmisibles, como el cáncer o las dolencias cardiacas.   El trabajo apunta como posible explicación de los efectos de las dietas sin carne a un mayor consumo de grasas poliinsaturadas y fibra y a una menor ingesta de grasas saturadas y de la cantidad total de grasa. Sin embargo, no descartan que los efectos de la pérdida de peso asociada a estas dietas pudiese explicar también los resultados. También recuerdan que una parte muy importante del modo en que se acumulan lípidos en las arterias depende, más que de la dieta, de una cuestión genética. Por ese motivo, muchas personas, pese a seguir las recomendaciones de estilo de vida de los organismos sanitarios, necesitan estatinas para mantener los niveles de colesterol en los márgenes considerados saludables. En el estudio, los autores señalan que “combinar las estatinas con una dieta a base de plantas tendrá, probablemente, un efecto sinérgico” y que la dieta vegetariana puede permitir una reducción del consumo de estos fármacos y de sus efectos secundarios.   Pablo Alonso Coello, investigador del Centro Cochrane Iberoamericano (IIB Sant Pau), en Barcelona, dice que “esta revisión confirma más o menos lo que sé sabia [sobre estas dietas], que mejoran el perfil lipídico”, pero cuestiona el salto que dan los autores al hablar de efectos sobre la salud. “No hay datos de desenlaces cardiovasculares”, advierte. “No hay ensayos clínicos que informen sobre desenlaces cardiovasculares relevantes como infartos, mortalidad cardiovascular o ictus, solo hay estudios observacionales”. Alonso cita otro análisis de 40 estudios con más de 35.000 participantes publicado recientemente en la revista BMJ en el que se observó que la dieta mediterránea, que no es exclusivamente vegetariana, y la baja en grasas, son las que tienen una evidencia más sólida en cuanto a la reducción de problemas cardiovasculares. “En el mismo análisis, dos dietas consideradas vegetarianas no salieron tan bien paradas”, añade el investigador, que afirma que las dietas vegetarianas o veganas estrictas pueden ser problemáticas para poblaciones de riesgo, como embarazadas o niños, porque requieren una buena planificación y suplementos que suponen un coste.   En declaraciones recogidas por el Science Media Center, Tom Sanders, catedrático emérito de Nutrición y Dietética del King’s College de Londres, recuerda que “los grandes ensayos con medicación reductora del colesterol muestran que una reducción de 1 milimol en el colesterol LDL [el conocido como colesterol malo] se asocia con una reducción del 10% en la mortalidad por enfermedades cardiovasculares y una reducción del 20% en los episodios de estas enfermedades”. Para este especialista, con los resultados de la revisión, se esperaría que, frente a dietas omnívoras, las dietas basadas en plantas disminuyesen el riesgo de mortalidad por enfermedad cardiovascular en un 3% y el impacto de estas dolencias en un 6%. “Estos resultados son coherentes con los estudios observacionales que constatan que los vegetarianos/veganos tienen una menor incidencia de cardiopatía isquémica, pero no de ictus”, concluye.   Otro de los aspectos importantes de la interpretación de los resultados es el tipo de dieta vegetariana que se sigue. Las frutas y verduras y los cereales integrales pueden ser beneficiosos, pero eso no sucede con las que incluyen harinas refinadas, como las de algunos tipos de pan o pasta, o tienen mucha grasa y sal, como en el caso de algunos ultraprocesados vegetarianos. En esos casos, como en de todos los tipos de alimentos ultraprocesados, un consumo frecuente es nocivo para la salud.   Los resultados publicados por el European Heart Journal apuntan a un posible beneficio para la salud cardiaca de las dietas vegetarianas y veganas sanas que ya se había observado con anterioridad. En una guía de la Asociación Estadounidense del Corazón, este tipo de dietas quedaron en cuarto lugar en la clasificación cardiosaludable por detrás de la dieta DASH (baja en sal y alta en frutas, vegetales, granos integrales, lácteos bajos en grasas y proteínas magras, pensada para controlar la tensión), la mediterránea, la pescetariana, en la que la proteína solo procede de pescados y mariscos, y la vegetariana (incluyendo la que admite huevos, lácteos o ambos). Todas estas dietas sanas tienen en común la abundancia de frutas y verduras y cereales integrales, aunque no sean estrictamente vegetarianas. Además de señalar el potencial de las dietas a base de vegetales para reducir el riesgo de algunas dolencias cardiovasculares, los autores del estudio, en sus conclusiones, apuntan al beneficio medioambiental de un cambio poblacional a una alimentación de este tipo.  

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