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Ecuador: septiembre 12, 2024

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Ecuador, septiembre 12, 2024
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Lula espera que las protestas golpistas se deshagan voluntariamente pero no descarta tomar medidas

La detención de un bolsonarista tras un atentado fallido lleva a las autoridades a reforzar el despliegue de seguridad y vetar las armas en Brasilia Luiz Inácio Lula da Silva quiere darse el primer paseo como presidente de Brasil, el domingo, Año Nuevo, en un Rolls Royce descapotable, como hizo su predecesor. Pero su equipo de seguridad no descarta que deba recurrir a un coche cerrado y blindado para evitar cualquier riesgo. La decisión final dependerá de cómo evolucione la situación. Un atentado fallido con bomba que pretendía causar el caos en Brasilia para impedir el traspaso de poder y la detención, como principal sospechoso de organizarlo, de un bolsonarista vinculado a las protestas golpistas sumado a unos actos de vandalismo días antes hicieron saltar todas las alarmas. El presidente electo espera que los que siguen acampados ante cuarteles pidiendo una intervención militar se vayan voluntariamente a sus casas antes de Año Nuevo, pero no descarta el uso de la fuerza. Este jueves la policía ha emprendido una operación contra los sospechosos de intentar asaltar la sede de la poliicía, quemar coches y autobuses en Brasilia el día 12 después de la ceremonia en la que Lula fue declarado apto para convertirse en presidente de la república. Al menos dos personas han sido detenidas. El plan es que el líder de la izquierda brasileña inicie su tercer mandato el día de Año Nuevo con una multitudinaria fiesta en el corazón de la política brasileña y bien arropado por la comunidad internacional. Se espera a unas 300.000 personas además de una veintena de jefes de Estado y otros representantes extranjeros. Las medidas de seguridad para la ceremonia se han reforzado. Las autoridades pretenden movilizar al 100% de los agentes de policía de Brasilia. Y el Tribunal Supremo ha aceptado la petición del equipo de Lula de que vete las armas de las calles de la capital con motivo del evento. Pero las concentraciones de bolsonaristas que quieren un golpe de Estado persisten. Menguadas y radicalizadas en diversas ciudades. Varios calendarios artesanales —”59 días de resistencia”— recordaban este miércoles en el campamento levantado ante el Cuartel general del Ejército en São Paulo que han pasado casi dos meses desde las elecciones. Lula consiguió una apretada victoria frente a Jair Bolsonaro. Si los primeros días se apretaron en esta calle miles y miles de personas, ahora suman un centenar a lo sumo, pero han levantado casetas y, en vista de lo que dice Julieta, de 40 años, no tienen ninguna intención de abandonar la protesta. “Si hay que morir por Brasil, estoy dispuesta a dar mi vida”, proclama antes de pronosticar que “la probabilidad de enfrentamiento es grande”. Viste una camiseta verde oliva con cuatro números: 1964 (el año del último golpe militar) y usa ese seudónimo porque no quiere revelar su identidad. Asegura que tiene planes de viajar a Brasilia para unirse al campamento de la capital, principal símbolo de los bolsonaristas que aún creen que les robaron las elecciones. La sistemática campaña del presidente contra la credibilidad de las urnas, las encuestas y las autoridades electorales ha calado hondo entre sus seguidores. Bolsonaro recurrió el resultado pero su apelación fue rechazada de plano y acusado de actuar de mala fe. Para el equipo de Lula, es prioritario desactivar la protesta de Brasilia porque se ubica a 10 kilómetros del corazón político de Brasil, donde Lula recibirá la faja presidencial aunque aún se desconoce quién se la impondrá. Nadie espera que lo haga Bolsonaro, que ni siquiera ha reconocido el triunfo del líder izquierdista. “No serán pequeños grupos extremistas quienes coloquen a la democracia brasileña contra la pared”, advirtió este martes el futuro ministro de Justicia, el antiguo juez y gobernador Flávio Dino. “Cuando más pactada sea la desmovilización de los campamentos, mejor. Esta es la posición del presidente Lula en este momento. Por supuesto, si eso no ocurre, se tomarán medidas. Pero en un segundo momento”, explicó en una comparecencia. A su lado, el próximo ministro de Defensa, José Múcio, pidió a Dios que la protesta se deshaga por las buenas. El propio Múcio explicó muy gráficamente hasta qué punto la trama descubierta en Nochebuena supone un salto cualitativo. “Cuando un ciudadano pone una bomba debajo de un camión de queroseno que está entrando en un aeropuerto y que podría volar un avión con 200 personas, entramos en el terreno del terrorismo”. Ésa es precisamente la acusación que pesa contra el principal sospechoso, George Washington de Oliveira Sousa, de 54 años. Durante los interrogatorios policiales, este gerente de una gasolinera en el Estado de Pará explicó el motivo de su viaje a la capital a mediados de diciembre: “Viajé a Brasilia para unirme a las protestas frente del cuartel militar, y esperar a que las Fuerzas Armadas me autorizaran a tomar las armas y destruir el comunismo”, dijo, según Reuters. El cuartel al que se refiere es la sede principal del Ejército. La policía localizó también varias armas en el piso que tenía alquilado. Julieta, la bolsonarista de São Paulo, está convencida de que la versión oficial de la policía es falsa y sostiene que el detenido es en realidad un simpatizante del partido de Lula da Silva, el de los Trabajadores. Poco le importa que esa falsedad, que circula por redes, haya sido desmentida por las agencias de chequeo. Prácticamente de un día para otro, el terrorismo se ha convertido en Brasil en una preocupación local. Este era un país donde una mochila sin dueño en plena calle no hacía saltar ninguna alarma. Ya no. Este martes una desató un notable despliegue policial que quedó en un susto. Pero lo que era un temor abstracto se ha convertido en una preocupación tangible al descubrirse la trama de la bomba. Como dijo el jefe de la policía de Brasilia, “Bombas, eso es una cosa que nunca existió en Brasil. Y no lo vamos a permitir”. Los bolsonaristas más radicales quisieran que el presidente saliente reaccionara al estilo Donald Trump. Siguen esperando a que Bolsonaro abandone el silencio en el que se

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Lula sufre para formar Gobierno en Brasil y contentar a todos sus socios

El presidente electo debe nombrar todavía 16 de los 37 ministros antes de asumir el poder el día de Año Nuevo. A punto de tomar posesión este domingo como presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva todavía no ha revelado todos los nombres del Gabinete con el que gobernará la primera economía de América Latina a partir del 1 de enero. Queda por anunciar oficialmente quiénes dirigirán 16 de los 37 ministerios del que será su tercer Gobierno, incluidos algunos tan relevantes como el de Medio Ambiente. El líder de la izquierda brasileña y fundador del Partido de los Trabajadores (PT) está sufriendo para cuadrar el puzle de nombramientos que satisfagan a la decena de partidos que, desde el centro derecha a la extrema izquierda, se aliaron con él para derrotar al ultraderechista Jair Bolsonaro.   Si Lula logró vencer en las urnas al militar que coquetea con el golpismo fue porque logró reunir en torno a su figura a un amplísimo plantel de antiguos adversarios en defensa de la democracia y de las debilitadas instituciones. El PT jamás habría logrado la victoria en solitario.   La situación de Marina Silva, antigua ministra de Medio Ambiente, y de Simone Tebet, candidata presidencial que quedó tercera y apoyó a Lula en la segunda vuelta, ilustra bien lo complejo que resulta el juego de equilibrios incluso para un habilidoso negociador como el presidente electo. Ambas senadoras tuvieron un enorme protagonismo en la campaña, se las considera cruciales para la victoria, pero aún no tienen asignado oficialmente un cargo en el próximo Gobierno. Tebet es de centro derecha, liberal en economía, con fuertes vínculos con el sector agrícola y buena oradora. Tanto ella como Silva aportaban el hecho de ser mujeres en en un ambiente político ampliamente dominado por hombres. Desde el principio se dio por hecho que su activo respaldo sería recompensado con un ministerio. Ahora mismo Tebet acaricia el de Planificación, según la prensa brasileña, que dice que el anuncio es inminente. Siete semanas han transcurrido desde las elecciones.   También sigue en el limbo Silva, la ecologista que acompañó a Lula en su primer Gobierno hace dos décadas y que rompió con él por discrepancias estratégicas sobre Amazonia y la política verde. Y en el Brasil actual ofrece el valor añadido de ser evangélica. Su nombramiento, como ministra o como zarina del clima, era considerado uno de los más obvios pero sigue sin ser resuelto. Y eso que Lula no dejó de insistir en la campaña que la política medioambiental sería prioritaria y vertebraría todas las políticas de su Gobierno.   El próximo presidente de Brasil ha dejado el núcleo duro del Ejecutivo (Economía, la Casa Civil, Trabajo, Educación, Justicia y Desarrollo Civil) en manos de hombres del PT o de su órbita, ha colocado a un diplomático al frente de Exteriores, a una cantante en Cultura y a un hombre de consenso en Defensa. Sanidad ha quedado en manos de una tecnócrata y ha incorporado potentes voces negras de la sociedad civil en Igualdad Racial y Derechos Humanos. El futuro vicepresidente, Geraldo Alckmin, dirigirá Industria después de que el favorito para el puesto declinara la invitación. Lula presidirá uno de los mayores Gbinetes de la historia de Brasil; el de Bolsonaro arrancó con 22 ministerios y siempre incluyó muchos más militares que mujeres. También sigue vacante el Ministerio de los Pueblos Indígenas, cuya creación anunció Lula y que prometió dejar en manos de un nativo. A estas alturas no está claro si tendrá ese rango o se quedará en secretaría. Cuadrar el sudoku requiere satisfacer los intereses del Partido de los Trabajadores, que siempre ha tenido afán hegemónico, los de las dispares formaciones minoritarias que apoyaron a Lula y satisfacer los equilibrios territoriales. Junto a ello está la creciente demanda de que el Consejo de Ministros refleje la enorme diversidad de la sociedad brasileña, donde mestizos, negros, y mujeres son mayoría. La seguridad del próximo presidente es uno de los grandes quebraderos de cabeza de su equipo. Más todavía después de un atentado fallido con bomba que un bolsonarista pretendía detonar para causar el caos y que las Fuerzas Armadas intervinieran para frenar la toma de posesión del líder izquierdista. Desde que venció las elecciones el 30 de octubre, Lula ha dedicado también buenas dosis de energía a buscar apoyos parlamentarios para flexibilizar el techo de gasto y poder financiar las prometidas ayudas sociales para más de 20 millones de los brasileños más pobres. El acuerdo alcanzado contempla financiación extra para el primer año, no para los cuatro del mandato, como pretendían el próximo presidente y su partido.   El derrotado Bolsonaro sigue plenamente apartado de la vida pública y ya se da por supuesto que no será él quien coloque la banda presidencial a su sucesor. La toma de posesión estará mucho más concurrida que la de hace cuatro años. Está confirmada la presencia de 17 jefes de Estado incluidos el rey de España, Felipe VI, los presidentes Alberto Fernández (Argentina), Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric (Chile), Guillermo Lasso (Ecuador), Mario Abdo (Paraguay), Marcelo Rebelo de Sousa (Portugal), Luis Lacalle Pou (Uruguay), entre otros. También se esperan representantes de México, de Estados Unidos o de Francia.   Lula no ha podido invitar al venezolano Nicolás Maduro, como hubiera deseado, porque el Gobierno Bolsonaro reconoce como presidente a Juan Guaidó. El próximo ministro de Exteriores ya tiene el encargo de restablecer las relaciones diplomáticas con Maduro. Fuente: El País

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El presidente Bolsonaro pide la anulación parcial de las elecciones que perdió frente a Lula

El recurso presentado por el ultraderechista este martes ante el Tribunal Superior Electoral demanda invalidar los votos de las urnas electrónicas más antiguas El presidente brasileño, Jair Messias Bolsonaro, de 67 años, que está enclaustrado en su residencia desde que perdió las elecciones, ha decidido cuestionar por la vía institucional el resultado. Cayó derrotado por la mínima (1,8 puntos; unos dos millones de votos menos que su contrincante) hace tres semanas ante su rival, Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años. El mandatario ultraderechista ha presentado este martes por la tarde un recurso ante el Tribunal Superior Electoral en el que le solicita que anule parte de los votos emitidos el pasado 30 de octubre. Los votos en cuestión son los tecleados en los modelos más antiguos de la urna electrónica que Brasil usa hace 25 años y el argumento esgrimido son las supuestas inconsistencias detectadas. La demanda supone la materialización de un temor que ha sobrevolado estas elecciones, las más tensas y polarizadas en la historia reciente de Brasil. La solicitud de que parte de los votos sean invalidados se basa, según el escrito citado por Reuters, “en indicios de mal funcionamiento irreparable” detectados por una auditoria encargada por el equipo del presidente. Con el argumento de que existen “indicios de errores graves que generan incertidumbre y hacen imposible validar los resultados generados” en las urnas de ciertos modelos, reclaman que sean anulados. El escrito está firmado por el presidente de la República y por el líder del Partido Liberal, con el que concurrió a los comicios y que obtuvo el mayor grupo parlamentario del Congreso. El presidente del Tribunal Superior Electoral, Alexandre de Moraes, ha dado a Bolsonaro 24 horas para que presente las auditorías tanto de la primera vuelta electoral como de la segunda en las que se basa su recurso, informa Reuters. Si no presenta la documentación, rechazará la demanda. En 2014 y tras la ajustada victoria de Dilma Rouseff, su contrincante, Aecio Neves, impugnó el resultado sin éxito. El Tribunal Superior Electoral rechazó sus argumentos. Valdemar Costa Neto, líder del partido Liberal de Bolsonaro, durante una conferencia de prensa respecto a las inconsistencias que presuntamente hubo en la elección presidencial.ERALDO PERES (AP) Desde que perdió las elecciones, Bolsonaro está prácticamente desaparecido. Y su ausencia, su silencio y su negativa a reconocer explícitamente la victoria del izquierdista Lula han envalentonado a sus seguidores más radicales. Durante estas tres semanas, los bolsonaristas más ultras han mantenido concentraciones ante cuarteles de todo el país en las que han reclamado a los militares que den un golpe de Estado e impidan la toma de posesión de Lula, prevista para el 1 de enero. Las protestas, que comenzaron con decenas de miles de personas, han ido menguando, pero persisten en varias ciudades. La impugnación presentada por Bolsonaro puede dar alas a esos pequeños grupos bolsonaristas que siguen movilizados en las calles. Bolsonaro culmina así una larga campaña en la que ha cuestionado el sistema de votación vigente y ha sembrado dudas sobre él, pero sin ofrecer nunca pruebas contundentes. Y en este cuarto de siglo no se ha detectado ningún caso de fraude. De todos modos, sus sospechas han calado en parte de sus seguidores, que están convencidos de que les han robado las elecciones. La erosión de la confianza en las urnas electrónicas de las que tan orgullosa estaba Brasil hasta hace nada es evidente. Los resultados de las elecciones brasileñas son oficiales desde que así los declaró el Tribunal Superior Electoral la misma noche del día 30 tras un recuento de infarto. Lula logró el 50,9% (60 millones de votos) y Bolsonaro, el 49,1% (58 millones). Inmediatamente, fueron reconocidos por los máximos representantes tanto de la Cámara de Diputados, un aliado de Bolsonaro, como del Senado y del Tribunal Supremo. Gobiernos extranjeros, con Estados Unidos a la cabeza, se sumaron rápidamente al reconocimiento y felicitaron a Lula por obtener el que será su tercer mandato tras presidir Brasil entre 2003 y 2010. Bolsonaristas protestan los resultados de la elección en Brasilia, el pasado 15 de noviembre.SERGIO LIMA (AFP) El traspaso de poderes avanza al margen de las protestas golpistas. El equipo de transición de Lula está instalado en Brasilia analizado documentación gubernamental y negociando a muchas bandas para conseguir el apoyo parlamentario necesario para sacar adelante maneras de financiar sus promesas electorales. El izquierdista, que el lunes se sometió a una intervención quirúrgica en la laringe, sigue sin desvelar ni uno solo de sus ministros. La semana pasada el presidente electo hizo su primer viaje al extranjero. Primero a la cumbre del clima en Egipto, y después a Portugal. Mientras Lula acapara todo el protagonismo, el todavía presidente sigue noqueado. La noche electoral se fue a dormir pronto y solo rompió su silencio 45 horas después. Aquel ha sido su único acto público en esas tres semanas. Fue una intervención de menos de dos minutos en su residencia de Brasilia, en la que no admitió explícitamente la derrota, ni felicitó a Lula. No obstante, firmó el decreto que dio inicio al traspaso de poderes. En este tiempo su agenda oficial es mínima, ha pisado su despacho una sola vez, solo recibe ministros, algún otro alto cargo gubernamental y siempre en su residencia, ha abandonado las retransmisiones en directo de los jueves y sus redes son actualizadas con logros gubernamentales, sin declaraciones. Un cambio radical para un político que alumbró un poderoso movimiento a partir de las redes sociales. Tras conocerse la impugnación parcial de los resultados, la noticia ocupa un lugar secundario en las portadas digitales de la prensa brasileña, encabezadas por la muerte del cantante Erasmo Carlos, de la Jovem Guarda, a los 81 años. Durante toda la mañana, la apertura ha estado monopolizada por Argentina y su derrota frente a Arabia Saudí en el Mundial. La selección de Neymar se estrena el jueves. Fuente: El País

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