‘La revolución malograda’ revela los más oscuros episodios del correísmo

La Hora .– El nuevo libro de las autoras de ‘El séptimo Rafael’ aborda los episodios más polémicos y llamativos del denominado ‘correato’. El nivel de detalle y de coherencia narrativa asombra, así como la abundancia de información novedosa que obtuvieron gracias a decenas de entrevistas reservadas.  Los grandes procesos históricos suelen dar pie a decenas de incidentes, polémicas y misterios cuyos nombres y versiones a grandes rasgos, de tan repetidos, terminan volviéndose corrientes. Sin embargo, cuando nos cuestionamos detenidamente sobre ellos, nos damos cuenta de que, en verdad, más allá de los nombres trillados y las afirmaciones usuales, no sabemos casi nada. El largo periodo de gobierno del expresidente Rafael Correa fue inusualmente fecundo en ese tipo de incidentes, que luego de tantos titulares terminaron fijándose en nuestras mentes, pero cuyos detalles y antecedentes pasamos inevitablemente por alto. ‘La revolución malograda: el correato por dentro’, el último libro de las periodistas Mónica Almeida y Ana Karina López  —que hace seis años sacudieron ya la escena editorial y política nacional con ‘El séptimo Rafael’— constituye en ese sentido un muy bien logrado esfuerzo de plasmar y esclarecer los más espinosos capítulos de la denominada ‘revolución ciudadana’. A través de sus páginas, el lector puede llegar a entender, finalmente, los hechos y las verdaderas implicaciones de ciertos episodios que, cuando se suscitaron, levantaron una cantidad de información y de reacciones que de tan abundante se convirtió en una especie de nube que no permitía observar a través de ella. Episodios selectos Las autoras eligieron diez hechos cuya cuidadosa narración —repleta de suspenso, pero a la vez con un grado de erudición y detalle que llega a aturdir al lector— permite apreciar en cuerpo entero al régimen que ellas califican como ‘correato’, echando mano de ese sufijo que en la historiografía latinoamericana suele emplearse despectivamente para sugerir tiranía y descomposición. Algunos de ellos, como el que aborda fantasmas del narcotráfico —las FARC, Angostura, Ignacio Chauvín, la ‘narcovalija’, el desbaratamiento de la UIES— o el del asesinato del general Jorge Gabela —irremediablemente asociado al de los helicópteros Dhruv—, constituyen esfuerzos únicos en su tipo hasta el momento, tan ambiciosos como bien sucedidos, que tornan comprensibles temas incómodamente complejos. Resultan de obligatoria lectura para quien quiera formarse una opinión al respecto. Otros apartados, como aquel que aborda el largo idilio del gobierno del expresidente Correa con Julian Assange o el que cubre los sucesos del 30 de septiembre de 2010, constituyen narraciones verdaderamente trepidantes que transportan al lector al lugar de los hechos. Hasta ahora, la producción periodística y editorial nacional estaba en deuda con el país al momento de ofrecer un relato coherente y detallado de dichos incidentes, cuyo grado de dramatismo, intriga y riqueza de personajes no le piden favor a ningún otro. Hay otros capítulos dolorosamente políticos. La crónica que hacen de todo el proceso de toma legal del poder, seguida de la posterior destrucción del Estado ecuatoriano para reformarlo a su gusto, resulta tan deprimente como angustiante. Deprimente porque constituye un oportuno recordatorio de cuántos y quiénes condujeron ese proceso —un verdadero pecado colectivo—, y angustiante porque solo al apreciar la magnitud y el alcance de lo que hizo el correísmo con las instituciones se alcanza a entender la cantidad de tiempo y trabajo que tomaría desmontarlo efectivamente. Otros apartados pueden herir sensibilidades democráticas o ciudadanas. La descripción del manejo que se hizo del sistema electoral y de la política exterior presenta a un régimen contaminado del más absoluto desdén por las formas y por los principios básicos de una democracia. Cuando aborda la trama de corrupción de Odebrecht, el lector no puede evitar sentirse absolutamente insignificante ante los montos de las coimas y desfachatez y malicia con que se las circula. Sobra decir que, al final, prevalece una incómoda sensación de impunidad. Reserva y confianza Las autoras exhiben la misma encomiable valentía que en su primer libro, al no tener problema alguno en incluir episodios y nombres que, por lo general, serían considerados tabúes en el país. Incluyen hechos de trascendencia insospechada —el vicepresidente estadounidense Joe Biden dejándole claro de forma cordial a Rafael Correa que si conceden asilo a Edward Snowden Ecuador se quedará sin provisión de dólares; el conductor del carro que tenía que sacar al presidente del Hospital de Policía el 30-S al verse bajo fuego, arroja las llaves y prefiere huir; los hermanos Ostaiza, sentenciados por narcotráfico, reuniéndose en la cárcel con allegados al régimen para recordarles todo lo que estaba en juego; entre decenas más— que ayudan a explicar una realidad que antes parecía absurda y dejan al lector preguntándose cómo lograron enterarse de todo eso. La metodología levanta interrogantes justas y oportunas. Las autoras trabajaron cuatro años en el libro y emplearon una ingente cantidad de materiales debidamente citados y que puede ser verificado. Afirman haber llevado a cabo también 252 entrevistas; lamentablemente, apegadas a la ‘reserva de la fuente’, no dan en ningún momento sus nombres, así que no queda más que confiar en su ética periodística y rigor profesional. En tanto los detalles más determinantes son tan específicos y privados, no hay forma de que el lector común los constate o verifique. Los únicos que podrán hacerlo son quienes tomaron parte en ellos. Desgraciadamente, en un país en el que se lee poco y en el que los que leen no suelen leer aquello con lo que no están de acuerdo, resulta poco probable que haya cuestionamientos a la altura. No obstante, en su defensa se puede decir que emplearon una metodología similar en su libro anterior y que en ningún momento surgieron cuestionamientos relevantes a este. Absueltos y culpables  El libro, quizás reflejando inconscientemente un hábito de la clase política ecuatoriana y de la prensa que lo cubre, resulta exageradamente benevolente con muchos de los que tomaron parte en los inicios del proceso. Alberto Acosta, Fernando Bustamante, María Paula Romo, Juan Sebastián Roldán, Lenín Moreno e incluso el propio Gustavo Larrea, entre muchos más, salen fácilmente exculpados; a muchos otros, ni siquiera se los menciona. Parecería que todos quienes alcanzaron a redimirse apoyando el giro de Moreno y Trujillo, o que, mal que bien, nunca han dejado

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