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El centro de San Francisco se vacía en una lenta decadencia

El País .- El cierre de negocios minoristas, el aumento de delitos contra la propiedad y la crisis de las tecnológicas profundizan el éxodo de barrios que fueron vibrantes. La torre Salesforce domina el paisaje de San Francisco. Con sus más de 300 metros de altura, el edificio reclama un puesto destacado del centro de la ciudad. Pero la imponente edificación con forma de misil y con una instalación lumínica en lo más alto tiene un problema: está prácticamente vacía. La compañía de gestión empresarial, la principal empleadora en la urbe de las tecnológicas, sufre desde hace meses dolores de cabeza para que sus 12.000 empleados vuelvan a la oficina. Después de haber decretado en 2021 la muerte del horario laboral de nueve a cinco, Salesforce ha dado marcha atrás a un modelo híbrido entre presencialidad y teletrabajo. Este mes prometió donar 10 dólares a organizaciones sin ánimo de lucro por cada trabajador que acuda físicamente a la torre entre la calle Mission y la primera avenida. Salesforce asegura que desde febrero ha logrado que el 40% de su plantilla vuelva a la oficina.   Solo unas manzanas más allá, sobre la segunda avenida, se encuentran las ruinas de Alexander. La librería independiente celebró en abril 32 años desde que abrió sus puertas en una de las zonas más turísticas de San Francisco, a solo unos pasos de Embarcadero, en la orilla oriental de la ciudad. Su vitrina luce hoy un gran letrero color naranja con la palabra “cerrado”. “Lamentamos tener que cerrar y dejar a San Francisco sin una librería más, especialmente en este barrio”, dice una nota pegada en la puerta para los despistados que no se enteraron de la liquidación en sus tres pisos de 50.000 títulos con un 25% de descuento.   El local a la izquierda de la librería anuncia que está en alquiler y cuenta con equipo de cocina a la espera de que alguien se anime a poner un restaurante en una zona que era vibrante hace algunos años. La historia se repite con el edificio a la derecha, una antigua sucursal bancaria. La inmobiliaria Jones Lang LaSalle anuncia que tiene disponibles casi 1.000 metros cuadrados. Este tipo de carteles puede verse en decenas de edificaciones en varias manzanas a la redonda.   La zona ha dejado de ser buen negocio. Mike Stuppin, uno de los dueños de la librería, asegura que esas manzanas han perdido en los últimos años la mitad de su tráfico peatonal. “Ha sido todo un desafío colocar esas propiedades desde la pandemia por el aumento del teletrabajo y también por algunos problemas que San Francisco ha tenido en los últimos años”, afirma en un correo el corredor inmobiliario Ben Lazzarechi, quien tiene en su portafolio varias propiedades en la zona.   Un informe de finales de junio elaborado por una consultora del sector de bienes raíces estima que un tercio de las oficinas del centro de la ciudad estaban vacías al cierre del segundo trimestre. “Este porcentaje ha crecido periodo tras periodo a lo largo de tres años”, señala Max Sander, otro analista del sector. Este especialista menciona que los edificios desocupados podrían abrir un boquete de 200 millones de dólares [unos 183 millones de euros] en el presupuesto de la ciudad hacia 2028 si continúa la tendencia. El escenario ha sido comparado por algunos integrantes del Consistorio como el avistamiento de un iceberg que podría provocar una catástrofe en las finanzas de la ciudad.   Es difícil cifrar cuánta gente ha perdido el centro de San Francisco. Antes de que estallara la pandemia de covid-19, las autoridades calculaban que unas 245.000 personas trabajaban allí. En febrero pasado, un informe encargado por el Ayuntamiento aseguró que por lo menos 147.000 personas habían dejado de ir a la zona por el cambio de dinámicas forzado por la emergencia sanitaria. Algunos han vuelto, pero aquella cifra no contempla otra crisis, la económica. Decenas de tecnológicas han realizado recortes desde el año pasado. De acuerdo con la página web Layoffs.fyi, decenas de empresas, entre ellas Amazon, Meta, Google y el propio Salesforce, han despedido a unos 200.000 empleados en lo que va de 2023, aunque no todas las plazas estaban basadas en la ciudad. Un hombre pasa en bicicleta delante de varios locales cerrados en el barrio de Chinatown en San Francisco, el pasado 24 de mayo. La agonía del centro de San Francisco se nota en especial en los negocios minoristas. La crisis se agravó a mediados de junio. Westfield, uno de los centros comerciales más importantes de San Francisco, anunció entonces que tras 20 años dejará de operar el negocio a unos pasos de Union Square, una de las paradas obligadas para los turistas que visitan la Bahía de San Francisco. La compañía ha dejado de pagar el préstamo de 558 millones de la propiedad, que tiene 140.000 metros cuadrados de tiendas y oficinas. Y ha anunciado que busca traspasar el negocio a otro grupo empresarial. De momento, nadie se ha interesado.   Como justificación, Westfield citó las “difíciles condiciones de operación del centro”, que se han traducido en una caída de ventas (en parte por el aumento de las compras on line), ocupación y tráfico peatonal. Los grandes almacenes Nordstrom, que ocupaban el 20% del espacio, han informado de que no renovarán su contrato de arrendamiento y cerrarán sus puertas después de 35 años.   El ciclo de la ruina Aunque no las menciona, las condiciones adversas a las que hace referencia Westfield son bien conocidas. De hecho, se conocen entre los locales con el término “doom loop”, donde un problema desencadena otro provocando un ciclo de ruina. Entre estos está la crisis provocada por una población de casi 8.000 personas sin techo en la ciudad, que tiene unos 800.000 habitantes. Se concentran en el barrio de Tenderloin, enclavado en pleno centro. El abuso de sustancias estupefacientes, que puede observarse a plena luz del día, la crisis de salud mental de muchos afectados y el aumento de la delincuencia juvenil, causan dificultades a los

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Un aparcamiento para 7.000 bicicletas bajo el agua en Ámsterdam

La ciudad holandesa inaugura frente a la estación central de trenes un gran garaje para descongestionar la calle y ganar espacio a los viandantes Ámsterdam suma cerca de 900.000 bicicletas para una población de casi 882.000 habitantes, según las estadísticas municipales, y aparcarlas es un reto. También es un problema desde el punto de vista urbanístico, porque se acumulan por todas partes. En especial, alrededor de la plaza de la estación central de ferrocarril. Frente a su emblemático edificio de ladrillo rojo del siglo XIX, monumento nacional, se ha inaugurado este miércoles un aparcamiento sumergido, a nueve metros de la superficie. Tiene cabida para 7.000 bicis, está lleno de luz, y es una colosal obra de ingeniería que ha requerido vaciar un lago para bombear el agua de vuelta una vez finalizadas las obras.   La estación central de trenes de Ámsterdam está construida sobre tres islas artificiales, y Oriol Casas Cancer, el arquitecto español a cargo del proyecto, explica al teléfono que querían “ampliar el efecto del agua, proteger el edificio sin que hubiese obstáculos, y devolver espacio al peatón”. Su estudio de arquitectos, paisajistas y urbanistas (wUrck), con sede en Róterdam, ganó el concurso convocado por el Consistorio junto con la constructora Max Bogl, y la obra forma parte de un plan nacional para facilitar el estacionamiento de bicis alrededor de estaciones recuperado espacio público.   La empresa holandesa encargada del transporte de pasajeros (NS), y la organización que gestiona las infraestructuras (ProRail), facilitan estos proyectos en las ciudades, junto con la administración y los ayuntamientos, y el arquitecto ilustra con un ejemplo las condiciones de trabajo. Han operado bajo un lago cruzado por los barcos de turistas que recorren los canales. Dice: “Si levantas una baldosa del suelo en Países Bajos verás arena. Si quitas cuatro, parece una playa. Si escarbas un poco, surge el agua en muchos lugares porque su nivel freático es altísimo”. Obras realizadas junto a la estación central de Ámsterdam para el aparcamiento de bicicletas.PATRICK COERSE 01:01 El parking para bicis bajo los canales de Amsterdam Timelapse sobre el proceso de construcción del parking ¿Cómo empezaron? En primer lugar, introdujeron “unas pantallas de tablestacas arriostradas [una estructura de contención] para poder hacer la excavación del solar con la forma del perímetro del edificio a construir”, señala el arquitecto. “Las pantallas forman un muro que permite quitar la arena, y sacamos 62.000 metros cúbicos. Pero a medida que avanzas solo encuentras agua, y se convierte en una piscina”, asegura. El siguiente paso consistió en hacer un forjado de hormigón, “denominado hormigón sumergido y que se trabaja debajo del agua con ayuda de buzos, a la altura del lugar donde debía construirse el estacionamiento de bicicletas”. En total, utilizaron 21.000 metros cúbicos de hormigón, y 3.300 toneladas de hierro armado. “Después pudo vaciarse el agua, para poner el acabado del forjado de hormigón y empezar con la construcción del parking. Seguidamente, colocamos las columnas y se aplicó encima de nuevo forjado de hormigón. Una vez cerrado, volvimos a poner arena dejando entrar el agua, que se había vertido al río IJ y es la misma que entra por los canales”, sigue contando el arquitecto. El agua que fluyó para llenar otra vez el lago una vez concluido el trabajo equivalía a cinco piscinas olímpicas. El arquitecto asegura que el consistorio de la capital holandesa invierte a fondo en equipamientos de esta clase, “en su ejecución y mantenimiento, porque no solo benefician al peatón, sino que son una tarjeta de visita urbana”.   Puertas siempre abiertas En el exterior, los barcos que llevan a los turistas de paseo atracan ahora encima del aparcamiento. Dentro, predomina el blanco y la luz. Las puertas son automáticas y están siempre abiertas. El recibidor dispone de un sistema automatizado que facilita el registro del ciclista con su tarjeta de transporte, o bien por medio de un dispositivo que se integra en la bicicleta. La bici puede ponerse dentro a dos alturas, y hay una conexión directa con los vestíbulos del metro y del ferrocarril a través de un túnel.   Recreación de la superficie del lago y su entorno una vez construido el aparcamiento.AISTE RAKAUSKAITE “Hay una avenida central de columnas que tienen forma de gota invertida, y cuentan con luces de color rojo, ámbar o verde, para indicar dónde hay un sitio libre. En la parte más artística, busqué la colaboración del Museo Histórico de Ámsterdam para introducir la memoria del agua en relación con la ciudad”, señala el arquitecto español. En la pared hay una pantalla iluminada de 140 metros de largo, que han llamado Horizonte, con los planos de la capital holandesa, desde su origen hasta el siglo XXI. “Con ayuda de un algoritmo, seleccionamos luego obras de arte del museo relacionadas con el agua, y las hemos puesto en unos lucernarios circulares, los oculi (ojos) del techo. La oficina desde donde se gestiona el servicio es como una perla, como la de una ostra, por su cristal curvado”. Las bicis no se pueden dejar en depósito. Las primeras 24 horas son gratuitas, y luego cuesta 1,35 euros diarios.   La bicicleta es el medio de transporte más reconocible en Ámsterdam, cuyos habitantes recorren a diario con ellas dos millones de kilómetros (cincuenta vueltas a la Tierra), según datos municipales. De todos modos, el nuevo estacionamiento no está pensado para el ciclista regular, sino que facilitará los desplazamientos de los que la pedalean para llegar a la estación de ferrocarril. Suman un 50% de los que usan luego un tren como viajeros de cercanías, y una vez en su destino, aprovechan el transporte público.   Además de reducir la montaña de bicis aparcadas, la mejora del acceso al tren puede animar al ciudadano a utilizarlo de forma regular fuera de la urbe, en lugar del coche. El nuevo servicio ha supuesto cuatro años de trabajos, un desembolso cercano a los 140 millones de euros, y su interior luminoso y con ojo para el arte marca un punto de inflexión. No es solo un práctico almacén de

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