Lo quieren o lo odian. Recibe aplausos o insultos. Lo apoyan o lo abuchean. Las reacciones son variadas para Carlos Vera Rodríguez, el comunicador, el entrevistador. La voz de un periodismo irreverente que cumple 50 años junto a su mejor amigo: el micrófono.
Muchos cuestionan su estilo. Muchos más lo ponderan. Pero para nadie es indiferente. Siempre hay algo que decir después de una entrevista de Carlos Vera. Siempre hay una reacción, un comentario, una palabra al menos.
Manabita, quiteño, guayaquileño
Pronto cumplirá 70 años de vida, de los cuales la mayoría –medio siglo- ha dedicado a su pasión: el periodismo. Nació en Manabí, pero sus diversos proyectos profesionales lo han llevado alternativamente a Quito y Guayaquil. Y siempre en lo suyo: el análisis y la entrevista.


Ciertos periodistas, con suerte, entrevistan en exclusiva a un presidente de la República, una vez en sus vidas. Vera ha entrevistado prácticamente a todos. A fondo, e incluso tocando temas espinosos.

Sus más célebres encuentros fueron con León Febres Cordero, pues saltaban chispas. Era una lucha verbal sin cuartel, en la cual ambos se interrumpían para dar sus puntos de vista. Pero cuando el programa terminaba, las luces del estudio se apagaban y el ingeniero tenía tiempo para su cigarrillo, rondaba un aire de satisfacción. En esa hora, el país había aprendido mucho. Había conocido mucho.

A veces pueden temerle, pero saben que estar bajo su interrogatorio atraerá la atención de todos los ecuatorianos. Nada de respuestas nimias, ni cifras en el aire. Deben ir bien preparados.

Algunos cuestionan su estilo, inquisidor y desenfadado. Su carácter explosivo es célebre, incluso durante sus programas. Para bien o para mal, es capaz de tomar decisiones que ningún otro presentador tomaría. Demasiado bien lo sabemos quienes hemos tenido la oportunidad de trabajar a su lado –para él o cerca de él-.
Precisamente esa explosividad le ha causado muchos disgustos en su vida laboral. En algunos medios dijo un “hasta aquí”, cuando pretendieron imponerle entrevistados, o cuando le pidieron que recorte sus críticas. Otros se allanarían a la voz del jefe, del hombre que firma los cheques. Carlos Vera simplemente se iba.
Un viaje por la política
Durante unos años dejó el micrófono en la gaveta, e incursionó abiertamente en la política, de la mano del movimiento Madera de Guerrero. Se trataba de estar del otro lado de la trinchera. La experiencia no duró. Extrañaba la cabina, el estudio, el debate con el personaje invitado. Extrañaba tener la escopeta en la mano, y no ser el blanco del cazador.

Ahora forma parte del staff de Radio Centro. En una señal que goza de altísima sintonía y de la confianza de sus oyentes, su programa diario, “Del Día a la Noche”, de 2 horas, es uno de los más buscados. Se ha convertido casi en una tradición para el público, complementada con “Vera a su Manera” y “Veraz”, espacios de entrevistas que siempre traen repercusiones.
También forma parte del panel en «Centro Debate», que se emite todos los viernes, entre las 08h00 y las 10h00, y que recoge análisis de los principales temas de la semana. Un programa que se ha vuelto el favorito de los seguidores.
El medio digital se convirtió en su mejor amigo. Llega mucho más lejos que las radios y canales tradicionales, se reproduce a todo nivel, e invita a los usuarios a interactuar. Cuando un personaje llega a la cabina con Carlos Vera, sabe que tendrá que afrontar también las preguntas y los comentarios de miles de seguidores.

Trofeos, diplomas y reconocimientos se amontonan en su casa. No son material para jactarse. Mucho más importante es llegar al ciudadano, ser su voz e interpretar sus inquietudes.
También le sobran recuerdos sobre sus coberturas en el exterior. Congresos, paneles, reuniones de organismos internacionales y elecciones. Tantas, que se le haría difícil precisar dónde y cuándo fue cada una. ¡Tan frágil se vuelve la memoria a veces!
50 años de trayectoria se dice muy rápido, pero son muchísimos, y seguramente serán más. Conociendo a Vera, el único retiro que aceptaría –aunque de mala gana- sería la muerte. Y tal vez la muerte no quiera conocerlo, por el riesgo de también ser entrevistada, y quedar mal parada ante la posteridad.