El cáncer de pulmón ha sido durante años el más diagnosticado de todos, pero las estadísticas muestran que otro tipo de tumor le acaba de superar en número de casos: el cáncer de mama. Con una estimación de 2,3 millones de diagnósticos en 2020 (un 11,7% del total) según un informe reciente de la OMS, se acaba de convertir en el cáncer más común del mundo.
Que sea el cáncer con mayor incidencia obedece principalmente a “una conjunción de diversos factores”, tal y como señala Álvaro Rodríguez-Lescure, presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) y jefe de Servicio de Oncología Médica del Hospital General Universitario de Elche. Entre ellos, el médico destaca, por un lado, “un mayor diagnóstico por las técnicas de cribado poblacional”, y por otro, factores sociales como el envejecimiento de la población, el retraso de la maternidad, la menor lactancia materna, el no tener descendencia, tomar la píldora anticonceptiva, tener la primera menstruación a una edad temprana, y una menopausia más tardía. También la “obesidad, el sedentarismo, el consumo de alcohol y las dietas inadecuadas” han jugado un papel relevante.
Como la mayoría de estos factores de riesgo se han dado históricamente en países desarrollados, la incidencia en ellos también ha sido mayor. Sin embargo, el reciente informe de la OMS apunta a que la incidencia “está creciendo rápidamente en Sudamérica, África y Asia, así como en Japón y Corea del Sur”, regiones donde tradicionalmente ha sido baja. Cambios sociales como la incorporación de estas mujeres al mundo laboral, que les obliga a retrasar el embarazo, o en el estilo de vida, como una reducción de la actividad física, hacen, según los autores, que las mujeres de estos países tengan un perfil cada vez más parecido al de las occidentales, por lo que las cifras de morbilidad por cáncer de mama también se tienden a igualar.
En España, se estima que una de cada 8 mujeres sufrirá cáncer de mama a lo largo de su vida. La buena noticia es que las cifras de mortalidad son cada vez más bajas: en nuestro país, la tasa de supervivencia global es el 85,5% a los cinco años del diagnóstico de este tumor, según la AECC (Asociación Española Contra el Cáncer). Estos datos tan positivos se deben en buena medida al inmenso esfuerzo que pone la comunidad científica en comprender y tratar mejor la enfermedad: según datos de la AECC, el de mama es, con diferencia, el tipo de cáncer que más ensayos clínicos genera.
La mayoría de los estudios están enfocados sobre todo a mejorar los tratamientos, que varían principalmente en función del subtipo de cáncer de mama. Se diferencian tres tipos de tumores en función de si expresan o no los receptores de estrógeno, progesterona y/o HER2. Cristina Saura, jefa de la unidad de cáncer de mama del Departamento de Oncología Médica del Hospital Universitario Vall d’Hebron (VHIO) e investigadora principal del grupo de cáncer de mama y melanoma del hospital, explica: “El subgrupo más frecuente es el tumor luminal, que tiene expresión de receptores de estrógeno o progesterona. Representa el 70% de los tumores que se diagnostican”.
La gran revolución en el tratamiento de estos tumores llegó hace tan solo unos años, con la aprobación de los inhibidores de ciclo celular —los populares palbociclib, ribociclib, y abemaciclib—, que forman parte de lo que se conocen como “terapias dirigidas”. En el caso de estos inhibidores, evitan la proliferación de las células y reducen así la progresión de la enfermedad, lo que “ha permitido un control duradero de la enfermedad en estadios avanzados, así como una mayor supervivencia de las pacientes, y un retraso además en el uso de quimioterapia, con el consiguiente beneficio en la calidad de vida”, indica Rodríguez-Lescure. Actualmente andan probándose también “en estadios iniciales”de la enfermedad, apunta Saura, para observar hasta qué punto son ahí también efectivos para prevenir recaídas de la enfermedad.
El segundo tipo de tumor por frecuencia es el subgrupo HER2-positivo que, independientemente de si expresa los receptores de estrógeno o progesterona, sobreexpresa el HER2. Estos tumores, que afectan al 15% de las pacientes, suelen crecer más rápido que los demás, y se suelen tratar, además de con quimioterapia, con fármacos que bloquean esta proteína.
Para ello se han utilizado históricamente anticuerpos, pero en los últimos años se está investigando el potencial de los fármacos inmunoconjugados (ADC, por sus siglas en inglés), una especie de quimioterapias que se dan unidas a un anticuerpo que reconoce el HER2. Esto permite que el tratamiento pueda liberarse en el interior de las células tumorales en vez de en la sangre, lo que hace que “podamos utilizar más dosis de quimioterapia y a la vez sea menos tóxica”, señala Saura.
Aunque este tipo de fármacos ya llevan unos años aprobados para casos de tumores HER2-positivos, como el T-DM1, “se ha encontrado otro, el trastuzumab-deruxtecan, que utiliza esta tecnología, pero es mucho más activo”, asegura Saura. De hecho, este nuevo tratamiento ha sido recientemente aprobado por la Agencia Europea del Medicamento, “y estamos pendientes de que llegue pronto a España”. Junto a este hay otro fármaco muy prometedor, el tucatinib, un inhibidor de HER2 que ha demostrado “un beneficio en control de enfermedad y en supervivencia de las pacientes con enfermedad cerebral”, y por el que los médicos están “muy ilusionados”, concluye Saura.
El último subgrupo de tumor es el triple negativo, que se llama así porque no sobreexpresa ninguno de los tres receptores. Afecta al 10% de las pacientes, pero es el que más preocupación genera entre la comunidad científica por estar asociado a una menor supervivencia —en estadios avanzados, menos del 15% de las pacientes sobreviven más allá de 5 años—. Cuenta, además, con un menor arsenal terapéutico: “Necesitamos de forma urgente nuevas opciones de tratamiento eficaces para nuestras pacientes”, apunta Rodríguez-Lescure.
Lo más novedoso en esta área es curiosamente la inmunoterapia, que aunque en el cáncer de mama en general no parece ser tan efectiva como en otros tumores, parece estar arrojando buenos resultados tanto en pacientes metastásicas como en aquellas con enfermedad precoz.
Alternativas a la mamografía
De todos los retos a los que se tiene que enfrentar el cáncer de mama, los médicos consultados consideran que mejorar la detección precoz es de lo más urgente: “Deberíamos poder diagnosticar los tumores antes, porque sabemos que la oportunidad de curación de las pacientes es cuando la enfermedad se diagnostica localizada”, urge Saura.
De momento, la principal forma de detección precoz del cáncer hasta la fecha sigue siendo la mamografía que, según Rodríguez-Lescure, “ha demostrado reducir la mortalidad hasta un 40% en mujeres de 50 a 69 años”. Sin embargo, en los últimos años la eficacia de esta prueba de diagnóstico se ha puesto en entredicho, y todos los expertos coinciden al afirmar que la reducción de mortalidad que produce es, en cualquier caso, insuficiente.
Por eso, la ciencia también invierte tiempo y dinero en buscar una prueba eficaz de screening, no solo para la población en general, sino sobre todo y muy especialmente para pacientes que ya han pasado la enfermedad: “Llevamos haciendo lo mismo que hacíamos hace 20 años, que es que la paciente, tras la cirugía, se hace una mamografía cada tres o seis meses, y si aparece dicha recaída la tratamos”, señala Miguel Ángel Quintela, jefe de la Unidad de Investigación Clínica de Cáncer de Mama del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). “Sin embargo, para cuando los médicos la detectamos, ya estamos actuando tarde: el tumor ya ha crecido mucho y se ha diseminado”, lamenta el experto.
Para llegar antes, la gran promesa es la biopsia líquida, un análisis de sangre que busca detectar genes mutantes del cáncer antes de que este sea visible por otros medios. “Ya hay datos que demuestran que las pacientes en las que se empieza a detectar ese ADN mutado están a punto de recaer”, apunta Quintela.
El problema de la biopsia líquida es que aún no goza de suficiente sensibilidad, lo que hace que muchas pacientes sigan recayendo sin que se haya detectado evidencia alguna de ADN tumoral en la prueba. Aun así, los médicos son optimistas respecto al desarrollo de la técnica, y prevén que poco a poco su sensibilidad vaya aumentando. “Esto permitirá detectar este ADN tumoral en la gran mayoría de pacientes”, concluye el experto.