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Ecuador: julio 26, 2024

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Ecuador, julio 26, 2024
Ecuador Continental: 19:23
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Un macroproyecto publica el atlas del cerebro, un mapa para entender qué nos hace humanos

El País .- La investigación, que se compara con la secuenciación del genoma humano, también explora los cambios que producen las enfermedades neurológicas. En el año 1600 se produjo un momento estelar de la historia de la ciencia. Tycho Brahe, un noble danés obsesionado por medir con precisión los movimientos de los astros, se encontró en Praga con Johannes Kepler, un alemán de origen humilde con una inclinación por la mística y la ciencia que hoy parece contradictoria. Kepler, inspirado por Copérnico, intuía que el sistema solar tenía más sentido con la estrella en el centro, pero necesitaba datos para corroborar su modelo. En aquella época, los astrónomos elaboraban cartas de navegación y predicciones astrológicas con observaciones burdas recogidas siglos antes y pocos consideraban necesario recabar medidas precisas. Brahe había acumulado esas medidas, pero mantuvo la Tierra en el centro de su sistema solar y ocultó sus observaciones a Kepler, que solo pudo verlas tras la muerte del danés, en 1601. Aquellos datos permitieron a Kepler describir matemáticamente los movimientos de los planetas alrededor del Sol y allanó el camino para que Isaac Newton nos explicase, con la gravedad, por qué se mueven así. Cuatro siglos después, los científicos aspiran a una revolución científica igual de significativa o más que la liderada por los que descubrieron la posición de la Tierra en el cosmos. Pese al progreso de la neurociencia desde los años de Santiago Ramón y Cajal, lo que se desconoce sobre el cerebro, sobre cómo genera la consciencia o la memoria o sobre cómo curar muchas enfermedades neurológicas sigue siendo muchísimo. La revista Science publica hoy una serie de artículos que muestran el esfuerzo por obtener los datos que son la base de cualquier avance significativo del conocimiento. Los trabajos son parte de la Brain Initiative Cell Census Network (BICCN), un proyecto lanzado en 2017 por los Institutos Nacionales de Salud de EE UU (NIH, por sus siglas en inglés). El proyecto involucra a cientos de científicos que utilizan las últimas tecnologías para localizar las células en cerebros de humanos y otros animales, y caracterizarlas una a una por su expresión genética, su forma y otros rasgos. Ya lo han hecho con más de 3.000 tipos de células humanas, revelando aspectos que las distinguen de las de otros primates y que permitirán identificar, por ejemplo, cuáles de ellas son más propensas a mutaciones específicas que causan enfermedades neurológicas. Uno de los hallazgos de la colaboración es que, como en la cocina, con los mismos ingredientes se pueden preparar distintos guisos. Aunque hay células propias de algunas regiones cerebrales, muchas diferencias entre regiones se producen porque tienen distintas proporciones de los mismos tipos celulares. Según explican en uno de los artículos Alyssa Weninger y Paola Arlotta, de las universidades de Carolina del Norte y Harvard, respectivamente, hay excepciones a esta regla general. Por ejemplo, la corteza visual primaria contenía tipos de neuronas inhibidoras particulares. Los datos muestran que la evolución no ha producido la aparición de nuevos tipos de células cerebrales que justifiquen las distintas funciones del cerebro, sino que son pequeñas variaciones dentro de los mismos tipos celulares y cambios en la abundancia de estas células por región los que crean circuitos cerebrales distintos. No hay un cerebro humano Juan Lerma, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante, apunta que la ingente cantidad de datos obtenidos con las nuevas técnicas “no va a darnos la solución a los problemas del conocimiento del cerebro humano y pone de manifiesto cosas que ya se sabían, pero esta es la manera de demostrar que el conocimiento es sólido”. Uno de los aspectos destacados para Lerma es la gran variabilidad que se encuentra entre cerebros, “algo que se había visto en las pruebas de imagen cerebral no invasivas en humanos”. “Esto nos dice que es importante que los estudios en humanos incluyan un gran número de casos, porque puedes tener un estudio con 500 cerebros que te dé unos resultados y, después, haces un análisis de 30 de esos cerebros y los resultados son diferentes”, ejemplifica. En un estudio liderado por Nelson Johansen, del Instituto Allen, en Seattle (EE UU), se analizó la expresión genética de células individuales de la corteza cerebral de 75 individuos y solo encontraron pequeñas diferencias que se pudiesen explicar por factores como la edad, el sexo, la ascendencia o si procedía de personas sanas o enfermas. “No existe un humano prototípico”, resumen Weninger y Arlotta. “El conocimiento derivado de estos estudios va a ser fundamental para responder algunas preguntas clásicas en neurociencia, como cuáles son las diferencias fundamentales entre el cerebro humano y el de nuestros parientes más cercanos, como los chimpancés”, afirma Ignacio Sáez, investigador en el Hospital Monte Sinaí, en Nueva York. Uno de los trabajos que hoy publica Science, que firma como primer autor Nikolas Jorstad, del Instituto Allen, analiza la expresión genética de las células del giro temporal medio, una región crítica para la comprensión del lenguaje, en humanos, chimpancés, gorilas, macacos y monos tití. Los investigadores vieron que todos estos primates comparten, en gran parte, los mismos tipos de célula que aparecieron en un momento de la evolución y se han ido conservando con la aparición de nuevas especies. Solo unos pocos cientos de genes mostraron pautas de expresión que solo se ven en humanos. Estos datos sugieren que las obvias diferencias entre un tití y un humano surgen de unos pocos cambios moleculares y celulares. Entre los artículos de Science, también hay trabajos que analizan células en momentos clave del desarrollo del cerebro antes y justo después del nacimiento. El conocimiento de estos instantes también puede ayudar a producir mejores modelos para estudiar el cerebro humano, algo muy difícil de hacer con voluntarios de carne y hueso, o entender mejor qué modelos animales pueden ser útiles para avanzar en el conocimiento del órgano de la conciencia. Arlotta es una referencia internacional en la construcción de organoides, unos modelos tridimensionales creados a partir de células madre que simulan la estructura del cerebro. Javier de Felipe, investigador del CSIC que ha participado en grandes colaboraciones internacionales como el Human Brain Project,

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Unos berberechos con leucemia transmisible iluminan el insólito cáncer contagioso

El País .- El cáncer puede ser contagioso en condiciones extremadamente excepcionales. El biólogo José Tubío recuerda el caso de un cirujano alemán que se hizo una pequeña herida en la mano izquierda mientras extirpaba un tumor maligno. Cinco meses después, el cáncer del paciente había crecido en un dedo del médico. En Japón, dos niños sufrieron tumores de pulmón generados a partir de células del carcinoma de útero que tenían sus madres el día del parto. Se calcula que apenas una de cada 500.000 madres con cáncer se lo transmite a sus hijos a través de la placenta. En los moluscos, explica Tubío, el cáncer transmisible es mucho más habitual. En una lata de berberechos puede haber varios ejemplares con leucemia, igualmente sabrosos y seguros de consumir. No es un cáncer surgido en cada individuo, sino células cancerosas procedentes de un mismo tumor remoto que llevan miles de años saltando de berberecho en berberecho por el mar. Tubío, de la Universidad de Santiago de Compostela, cree que este fenómeno puede ayudar a entender las metástasis, responsables del 90% de las muertes por cáncer en las personas.Las biólogas Seila Díaz y Alicia L. Bruzos, en una jornada de recogida de berberechos en la ría de Noia (A Coruña), en 2019.USC El biólogo, nacido en Santiago hace 45 años, fue uno de los científicos que descubrió en 2014 un nuevo tipo de tumor facial contagioso en el diablo de Tasmania. Este carnívoro marsupial australiano, popularizado por los dibujos animados de la Warner Bros, ya estaba amenazado por otro cáncer transmisible, observado casi una década antes. El descubrimiento de un segundo tipo sugiere que los tumores transferibles pueden surgir en la naturaleza con mayor frecuencia de lo que se pensaba. Los diablos se pasan las células cancerosas por contacto, sobre todo en mordeduras durante peleas o en la cópula. El cáncer crece y deforma el hocico del animal, hasta que es incapaz de alimentarse y muere. El equipo de Tubío ha recorrido las costas atlánticas europeas y la marroquí en busca de berberechos con leucemia. Los investigadores los enviaban vivos por correo urgente o los transportaban ellos mismos en avión o en el maletero del coche hasta su laboratorio en la Universidad de Santiago de Compostela. El grupo ha analizado unos 7.000 berberechos, casi el 6% de ellos con cáncer. Sus resultados han supuesto “un shock”, según Tubío. La información genética de los animales está agrupada en paquetes: los cromosomas. Estos moluscos suelen tener 38, pero sus células cancerosas alcanzan los 350, y además están muy deteriorados. “En tumores humanos te encuentras conjuntos de cromosomas totalmente aberrantes, pero el nivel que hemos visto en los berberechos es extremadamente inestable. ¿Cómo es posible que pueda vivir un tumor durante miles de años con este tremendo caos en su genoma? Es un nuevo paradigma”, opina el biólogo. La comunidad científica ya ha descubierto 11 tipos de cáncer transmisible: ocho en moluscos bivalvos —como almejas, berberechos y mejillones—, los dos en el diablo de Tasmania y otro en los perros. Tubío también ha investigado este tumor venéreo canino, que se contagia durante la cópula y crece en las zonas genitales. El biólogo recalca que son células de un perro concreto que se volvieron cancerosas hace unos 8.000 años y desde entonces llevan multiplicándose y saltando de individuo en individuo. Tubío cree que el de los berberechos “seguramente es el cáncer transmisible más antiguo que se conoce”. Su estudio, publicado en la revista especializada Nature Cancer, calcula que estos tumores surgieron “hace siglos o milenios”. El grupo del biólogo Michael Metzger, del Instituto de Investigación del Pacífico Noroccidental (EE UU), publica otro trabajo en paralelo que calcula que el cáncer de la almeja de Nueva Inglaterra tiene como mínimo 200 años. “Seguramente ambos tumores sean milenarios”, opina Tubío. El investigador señala que las células cancerosas de los berberechos son tan diferentes de las normales que su equipo llegó a pensar que ese tumor provenía de una especie extinta. “Finalmente, hemos concluido que surgió en un berberecho de la misma especie hace miles de años. Tenemos algunas estimaciones que sugieren que la edad de este tumor está entre 100.000 y medio millón de años, pero esto exige un estudio más riguroso”, apunta. Las biólogas Alicia L. Bruzos y Seila Díaz se pasaron meses buscando berberechos con leucemia por las playas junto a otros colegas. Bruzos está acostumbrada a las miradas de extrañeza cuando cuenta a qué se dedica, pero contraataca con nombres de científicos que han ganado el Nobel de Medicina investigando animales marinos. El ucranio Elie Metchnikoff recibió el galardón de 1908 por descubrir la fagocitosis —el proceso por el cual un glóbulo blanco destruye una sustancia extraña— tras pinchar a larvas de estrella de mar con espinas de rosal. Los británicos Alan Hodgkin y Andrew Huxley revelaron los mecanismos eléctricos de las neuronas estudiando calamares y ganaron el Nobel de 1963. Y el también británico Tim Hunt descubrió, en los erizos de mar, unas proteínas esenciales para la división celular. Recibió el premio de 2001. Bruzos, ahora en la Universidad de Caen (Francia), dedicó su tesis doctoral en Santiago de Compostela a los berberechos con leucemia. “No quiero decir que esto vaya a ser una investigación de Premio Nobel ni que estudiar los tumores de los berberechos vaya a curar el cáncer, pero hay muchísimas cosas que hoy sabemos que se descubrieron investigando animales o plantas que no son comunes”, explica la bióloga, nacida en Lugo hace 30 años. “Un cáncer contagioso es un cáncer que es capaz de ir de un individuo a otro individuo. Parece ciencia ficción, pero, si lo pensamos bien, el principal problema del cáncer hoy en día en nuestra sociedad es la metástasis. Y la metástasis ocurre cuando una o varias células del tumor primario adquieren la habilidad de viajar a otras partes del cuerpo. Se ve rápidamente la analogía. Si averiguamos cuáles son los mecanismos moleculares que permiten a una célula abandonar un individuo y llegar a otro, en este caso por el mar, puede ayudarnos a tener ideas de nuevas estrategias para intentar curar la metástasis de un cáncer normal”, opina Bruzos. El biólogo José Tubío, en su despacho de la Universidad de Santiago de

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