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Ecuador: julio 26, 2024

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Unos berberechos con leucemia transmisible iluminan el insólito cáncer contagioso

El País .- El cáncer puede ser contagioso en condiciones extremadamente excepcionales. El biólogo José Tubío recuerda el caso de un cirujano alemán que se hizo una pequeña herida en la mano izquierda mientras extirpaba un tumor maligno. Cinco meses después, el cáncer del paciente había crecido en un dedo del médico. En Japón, dos niños sufrieron tumores de pulmón generados a partir de células del carcinoma de útero que tenían sus madres el día del parto. Se calcula que apenas una de cada 500.000 madres con cáncer se lo transmite a sus hijos a través de la placenta. En los moluscos, explica Tubío, el cáncer transmisible es mucho más habitual. En una lata de berberechos puede haber varios ejemplares con leucemia, igualmente sabrosos y seguros de consumir. No es un cáncer surgido en cada individuo, sino células cancerosas procedentes de un mismo tumor remoto que llevan miles de años saltando de berberecho en berberecho por el mar. Tubío, de la Universidad de Santiago de Compostela, cree que este fenómeno puede ayudar a entender las metástasis, responsables del 90% de las muertes por cáncer en las personas.Las biólogas Seila Díaz y Alicia L. Bruzos, en una jornada de recogida de berberechos en la ría de Noia (A Coruña), en 2019.USC El biólogo, nacido en Santiago hace 45 años, fue uno de los científicos que descubrió en 2014 un nuevo tipo de tumor facial contagioso en el diablo de Tasmania. Este carnívoro marsupial australiano, popularizado por los dibujos animados de la Warner Bros, ya estaba amenazado por otro cáncer transmisible, observado casi una década antes. El descubrimiento de un segundo tipo sugiere que los tumores transferibles pueden surgir en la naturaleza con mayor frecuencia de lo que se pensaba. Los diablos se pasan las células cancerosas por contacto, sobre todo en mordeduras durante peleas o en la cópula. El cáncer crece y deforma el hocico del animal, hasta que es incapaz de alimentarse y muere. El equipo de Tubío ha recorrido las costas atlánticas europeas y la marroquí en busca de berberechos con leucemia. Los investigadores los enviaban vivos por correo urgente o los transportaban ellos mismos en avión o en el maletero del coche hasta su laboratorio en la Universidad de Santiago de Compostela. El grupo ha analizado unos 7.000 berberechos, casi el 6% de ellos con cáncer. Sus resultados han supuesto “un shock”, según Tubío. La información genética de los animales está agrupada en paquetes: los cromosomas. Estos moluscos suelen tener 38, pero sus células cancerosas alcanzan los 350, y además están muy deteriorados. “En tumores humanos te encuentras conjuntos de cromosomas totalmente aberrantes, pero el nivel que hemos visto en los berberechos es extremadamente inestable. ¿Cómo es posible que pueda vivir un tumor durante miles de años con este tremendo caos en su genoma? Es un nuevo paradigma”, opina el biólogo. La comunidad científica ya ha descubierto 11 tipos de cáncer transmisible: ocho en moluscos bivalvos —como almejas, berberechos y mejillones—, los dos en el diablo de Tasmania y otro en los perros. Tubío también ha investigado este tumor venéreo canino, que se contagia durante la cópula y crece en las zonas genitales. El biólogo recalca que son células de un perro concreto que se volvieron cancerosas hace unos 8.000 años y desde entonces llevan multiplicándose y saltando de individuo en individuo. Tubío cree que el de los berberechos “seguramente es el cáncer transmisible más antiguo que se conoce”. Su estudio, publicado en la revista especializada Nature Cancer, calcula que estos tumores surgieron “hace siglos o milenios”. El grupo del biólogo Michael Metzger, del Instituto de Investigación del Pacífico Noroccidental (EE UU), publica otro trabajo en paralelo que calcula que el cáncer de la almeja de Nueva Inglaterra tiene como mínimo 200 años. “Seguramente ambos tumores sean milenarios”, opina Tubío. El investigador señala que las células cancerosas de los berberechos son tan diferentes de las normales que su equipo llegó a pensar que ese tumor provenía de una especie extinta. “Finalmente, hemos concluido que surgió en un berberecho de la misma especie hace miles de años. Tenemos algunas estimaciones que sugieren que la edad de este tumor está entre 100.000 y medio millón de años, pero esto exige un estudio más riguroso”, apunta. Las biólogas Alicia L. Bruzos y Seila Díaz se pasaron meses buscando berberechos con leucemia por las playas junto a otros colegas. Bruzos está acostumbrada a las miradas de extrañeza cuando cuenta a qué se dedica, pero contraataca con nombres de científicos que han ganado el Nobel de Medicina investigando animales marinos. El ucranio Elie Metchnikoff recibió el galardón de 1908 por descubrir la fagocitosis —el proceso por el cual un glóbulo blanco destruye una sustancia extraña— tras pinchar a larvas de estrella de mar con espinas de rosal. Los británicos Alan Hodgkin y Andrew Huxley revelaron los mecanismos eléctricos de las neuronas estudiando calamares y ganaron el Nobel de 1963. Y el también británico Tim Hunt descubrió, en los erizos de mar, unas proteínas esenciales para la división celular. Recibió el premio de 2001. Bruzos, ahora en la Universidad de Caen (Francia), dedicó su tesis doctoral en Santiago de Compostela a los berberechos con leucemia. “No quiero decir que esto vaya a ser una investigación de Premio Nobel ni que estudiar los tumores de los berberechos vaya a curar el cáncer, pero hay muchísimas cosas que hoy sabemos que se descubrieron investigando animales o plantas que no son comunes”, explica la bióloga, nacida en Lugo hace 30 años. “Un cáncer contagioso es un cáncer que es capaz de ir de un individuo a otro individuo. Parece ciencia ficción, pero, si lo pensamos bien, el principal problema del cáncer hoy en día en nuestra sociedad es la metástasis. Y la metástasis ocurre cuando una o varias células del tumor primario adquieren la habilidad de viajar a otras partes del cuerpo. Se ve rápidamente la analogía. Si averiguamos cuáles son los mecanismos moleculares que permiten a una célula abandonar un individuo y llegar a otro, en este caso por el mar, puede ayudarnos a tener ideas de nuevas estrategias para intentar curar la metástasis de un cáncer normal”, opina Bruzos. El biólogo José Tubío, en su despacho de la Universidad de Santiago de

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Hallan un nuevo virus en las profundidades de la Fosa de las Marianas

ABC .- Ataca a las bacterias, replicándose en su interior.   A más de 11.000 metros bajo la superficie del Océano Pacífico, la Fosa de las Marianas es el lugar más profundo de la Tierra. Y aún así, ahí abajo, en la más completa y fría oscuridad, la vida persiste. En un artículo que se acaba de publicar en ‘Microbiology Spectrum‘, un equipo internacional de investigadores dirigido por el virólogo marino Yu-Zhong Zhang, de la Ocean University en Qingdao, China, informa del hallazgo de un nuevo virus, encontrado en sedimentos extraídos a 8.900 metros de profundidad. Se trata de un ‘bacteriófago’, es decir, un virus que ataca a bacterias y se replica dentro de ellas. Muchos piensan que, por encima de cualquier otro ser viviente, los bacteriófagos son las formas de vida más abundantes del planeta. «Hasta donde sabemos -afirma Min Wang, coautor del artículo- este es el fago aislado más profundo conocido en el océano global». En los respiraderos hidrotermales El nuevo virus está especializado en infectar bacterias del filo Halomonas, que a menudo se encuentran en sedimentos de las profundidades marinas y en respiraderos hidrotermales, aberturas similares a géiseres que, en muchos fondos oceánicos, liberan continuamente chorros de agua caliente procedentes del subsuelo, lo que hace posible que a su alrededor se formen prósperas comunidades de seres vivientes. Según Wang, el análisis del material genético del virus apunta a la existencia de una familia viral previamente desconocida en las profundidades del océano, así como a nuevos conocimientos sobre la diversidad, evolución y características genómicas de los fagos de las profundidades marinas y sus interacciones con los huéspedes que invaden. Ya en trabajos anteriores, el mismo equipo de científicos utilizó análisis metagenómicos para estudiar virus que infectan bacterias del orden Oceanospirillales, que incluye a las Halomonas. Para el nuevo estudio, Wang y su equipo buscaron virus en cepas bacterianas recolectadas y aisladas por Yu-Zhong Zhang y sus colegas, que explora la vida microbiana en ambientes extremos, incluidas las regiones polares y la Fosa de las Marianas. El análisis genómico del nuevo virus, que ha sido clasificado como vB_HmeY_H4907, sugiere que está ampliamente distribuido en el océano y tiene una estructura similar a la de su huésped. Wang dijo que el estudio plantea nuevas preguntas y áreas de investigación centradas en las estrategias de supervivencia de los virus en entornos hostiles y aislados y en cómo evolucionan conjuntamente con sus huéspedes. El nuevo virus, además, es lisogénico, lo que significa que invade y se replica dentro de su huésped, pero generalmente sin matar la célula bacteriana a la que infecta. A medida que la célula se divide, el material genético viral también se copia y se transmite a la descendencia. En sus próximos estudios, los investigadores pretenden investigar la maquinaria molecular que impulsa las interacciones entre los virus de las profundidades marinas y sus huéspedes. Y también buscar otros virus nuevos en lugares extremos, lo que según Wang «contribuiría a ampliar nuestra comprensión de la virosfera. Los entornos extremos ofrecen perspectivas óptimas para descubrir nuevos virus».

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Descubierto un nuevo mecanismo para mejorar la resistencia al cáncer

El País .- El equipo del bioquímico español Miguel Reina ha identificado cómo potenciar los glóbulos blancos que destruyen las células cancerosas.   Muchas personas ignoran que en su pecho, entre las puntas superiores de los pulmones, hay una pequeña glándula parecida a la flor del tomillo: el timo, de apenas 30 gramos. Los glóbulos blancos —las defensas del cuerpo humano— se forman en el interior de los huesos, pero algunos viajan al timo para madurar y convertirse en linfocitos T citotóxicos, los auténticos asesinos en el sistema inmunitario, capaces incluso de destruir las células cancerosas. Un equipo encabezado por el bioquímico español Miguel Reina ha descubierto ahora una manera de fortalecer a estos soldados y mejorar la inmunidad frente a los tumores y las infecciones. Su descubrimiento se publica este miércoles en la revista Nature, vanguardia de la mejor ciencia del planeta.   Los linfocitos T salen del timo, por eso la T, y circulan por la sangre. Cuando un virus ataca, por ejemplo, en el intestino, estos glóbulos blancos acuden y aniquilan las células infectadas. Una vez solucionado el problema, los linfocitos T se quedan a vivir en el órgano de turno durante décadas, como vigilantes de seguridad perpetuos. Es la llamada memoria residente en tejidos. Reina, nacido en Barcelona hace 32 años, pone el ejemplo de su propia vida para explicar el fenómeno. El bioquímico investiga en la Universidad de California en San Diego, en Estados Unidos. Y hace una década pasó brevemente por un centro alemán. “Los linfocitos se adaptan a cada tejido, igual que hice yo cuando vine a San Diego. De entrada, me compré un teléfono estadounidense. En Alemania, intenté hablar alemán. Son distintos tipos de adaptaciones que te permiten vivir en un lugar o en otro”, expone. Lo mismo ocurre con los linfocitos T, que desarrollan diferentes estrategias en función de si se fijan al intestino, al pulmón u a otro órgano.   El equipo de Reina se ha concentrado en el intestino, analizando uno a uno los linfocitos T residentes, unas células de apenas unas milésimas de milímetro. Sus resultados muestran que estos glóbulos blancos intestinales tienen potenciada la maquinaria que sintetiza el colesterol, una sustancia similar a la grasa y esencial en el funcionamiento celular. Sin embargo, en sus experimentos, una dieta rica en colesterol reducía la eficacia de los linfocitos T, en lugar de aumentarla. Reina explica que, si estas células detectan un exceso de colesterol, dejan de producirlo, igual que una persona dejaría de cocinar si le llevan gratis platos cocinados a casa.   Los investigadores se fijaron entonces en un producto intermedio de esa creación de colesterol: la coenzima Q, una molécula necesaria para generar energía en las mitocondrias, auténticas baterías de la célula. “Lo que hemos visto es que los linfocitos T tienen potenciada la maquinaria de producción de colesterol, pero no para hacer colesterol, sino para hacer coenzima Q, que aumenta la capacidad de generar energía”, señala Reina. Su grupo incluso ha identificado un fármaco ya existente que incrementa la producción de coenzima Q y alarga la supervivencia de ratones con cáncer. Es el ácido zaragózico A, un producto natural aislado hace tres décadas en un cultivo de hongos obtenidos de una muestra de agua del río Jalón, en Zaragoza.   El bioquímico es optimista. “Las adaptaciones que hemos encontrado se pueden traducir bastante bien a terapias contra el cáncer en general, porque no solo ocurren en el intestino. Podrían ser útiles contra el cáncer de colon y el melanoma, y es probable que también para otros tipos de tumores. Lo que hay que hacer ahora es estudiar, por ejemplo, las adaptaciones al pulmón, para ver si podemos mejorar los tratamientos contra el cáncer de pulmón. Y lo mismo con el hígado, etcétera”, reflexiona Reina.   Las adaptaciones que hemos encontrado se pueden traducir bastante bien a terapias contra el cáncer en general Miguel Reina, bioquímico El investigador apunta otra clave. Más de 200 millones de personas en el mundo toman estatinas, un tipo de fármaco para bajar el nivel de colesterol en la sangre. “Las estatinas bloquean el metabolismo del colesterol, así que podrían ser tóxicas o dañinas para los linfocitos T del intestino. Necesitamos investigar más para averiguar cuáles son las repercusiones reales en los humanos. No queremos ser alarmistas, simplemente decimos que esto hay que analizarlo con mayor detalle”, subraya. Reina, sin embargo, recalca que el beneficio para la salud de tomar estatinas es indiscutible. Los estudios epidemiológicos no han detectado ningún aumento de casos de cáncer en las personas que toman estatinas.   El inmunólogo Santos Mañes cree que el nuevo estudio es muy relevante. “La importancia fundamental de este trabajo es que demuestra que no es lo mismo una célula T residente en el intestino delgado que una célula T residente en el hígado o en el riñón”, opina Mañes, del Centro Nacional de Biotecnología, en Madrid. “El ambiente del tejido en el que se encuentran estas células condiciona su programa metabólico. Y condicionar el programa metabólico condiciona su funcionalidad”, resume.   Mañes también intuye las aplicaciones. “Las células T de memoria residentes en el intestino son muy dependientes de la coenzima Q, así que es evidente que los tratamientos que lograran aumentar la síntesis de coenzima Q favorecerían su función y, por lo tanto, tendrían un papel antitumoral más destacado”, afirma. Y lanza una advertencia: “Extrapolando, se podría inferir que una dieta rica en colesterol podría favorecer la generación de tumores intestinales inhibiendo a estas células”.

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Una vacuna de ARN logra un primer éxito contra el cáncer de páncreas, el tumor más letal

El País .- Ocho pacientes responden de forma positiva a un tratamiento experimental combinado con fármacos convencionales De los más de 100 tipos de cáncer conocidos, el de páncreas es el más letal. El 88% de los pacientes mueren a pesar de haber recibido los tratamientos disponibles, principalmente cirugía y quimioterapia. Esta terrible estadística tiene un reverso luminoso: un 12% de enfermos sobreviven. Algunos viven años, incluso más de una década, sin sufrir recaídas. En términos médicos están curados. ¿Cómo lo consiguen? Esa pregunta ha inspirado el desarrollo de una vacuna contra el cáncer de páncreas basada en ARN, la misma molécula que permitió crear en tiempo récord las inmunizaciones contra la covid. Los resultados de las primeras pruebas en pacientes —apenas 16 personas en una primera tanda de ensayos— acaban de mostrar resultados prometedores. La vacuna ha conseguido activar el sistema inmune de la mitad de los pacientes. Ninguno de ellos tuvo una recaída en el tiempo que duró el ensayo: 18 meses. En cambio, todos los enfermos en los que la vacuna no provocó reacción sufrieron recaídas. Los resultados son aún muy preliminares, pero marcan un importante hito en un campo en el que los tratamientos y la supervivencia de los pacientes apenas han mejorado en los últimos 40 años. El cáncer de páncreas es el tumor frío por antonomasia. En jerga oncológica, esto significa que el sistema inmune es incapaz de detectarlo y provocar inflamación —calor— para matarlo. Por eso en el páncreas no funciona la inmunoterapia, el tratamiento oncológico más exitoso de los últimos años. Lo sorprendente es que los tumores de supervivientes a largo plazo están ardiendo: en ellos hay hasta 12 veces más células inmunes que en el resto de pacientes. Esas células inmunes son linfocitos T asesinos, un tipo de glóbulo blanco capaz de matar a otras células. Los linfocitos T de los supervivientes han aprendido a identificar las proteínas aberrantes que produce el tumor—llamadas neoantígenos— y aniquilarlo. “Tras analizar muestras de supervivientes a largo plazo, nos preguntamos si podíamos emularlo en el resto de los pacientes”, explica a este diario Vinod Balachandran, médico del Centro de Cáncer Sloan Kettering de Nueva York y líder del equipo que ha desarrollado la vacuna. Lo más importante, opina, es que al contrario de lo que se pensaba hasta ahora, el cáncer de páncreas sí produce moléculas que permiten lanzar al sistema inmune contra él. Los resultados se publican este miércoles en la revista Nature, referente de la mejor ciencia mundial. Junto a Balachandran firman Ugur Sahin y Özlem Türeci, el ya célebre matrimonio de origen turco que fundó BioNTech y creó la exitosa vacuna de ARN contra la covid en colaboración con Pfizer. Lo cierto es que ambos montaron su empresa, precisamente, con la idea de conseguir las primeras vacunas efectivas contra el cáncer. El investigador Vinod Balachandran, en Nueva York en 2022.KARSTENMORAN (KARSTEN MORAN) En este complejo ensayo clínico hubo que fabricar una vacuna para cada paciente. Tras extirpar los tumores del abdomen de los 16 participantes, los investigadores secuenciaron su genoma e identificaron hasta 20 neoantígenos. Luego crearon vacunas de ARN que contenían la receta para que cada uno sintetizase en su organismo las moléculas específicas de su tumor. En este punto se les administró atezolizumab, un fármaco de inmunoterapia, una dosis de vacuna y, por último, mFolfirinox, un tipo de quimioterapia. Luego dieron una dosis de recuerdo. Además de los resultados positivos en el 50% de los pacientes ya mencionados, los investigadores observaron que aumenta en su organismo la cantidad de linfocitos asesinos, lo que probablemente esté detrás de la ausencia de recaídas. Balachandran explica que esperan comenzar “pronto”, junto a BioNTech, la segunda fase de pruebas más detalladas y con más pacientes, algo esencial para esclarecer la efectividad real de la vacuna. Una supervivencia de 18 meses sin recaída es un tiempo muy respetable” Ignacio Melero, Clínica Universidad de Navarra “Estos resultados son muy prometedores y sientan la base para una segunda fase de ensayos clínicos”, resaltan Amanda Huff y Neeha Zaidi, investigadoras de la Universidad Johns Hopkins (EE UU) que no han participado en el estudio, en un comentario también publicado este miércoles. Estas especialistas en vacunas oncológicas resaltan una observación sorprendente. Uno de los pacientes que respondieron a la vacuna tenía linfocitos asesinos no solo en su páncreas, sino también en el hígado, que aparentemente estaba sano, ¿por qué? Al parecer tenía una lesión no cancerígena caracterizada por una mutación en el gen TP53, que es la misma que había en su cáncer de páncreas. Esto hace pensar que el sistema inmune activado por la vacuna podría combatir no solo el tumor primario, sino también la metástasis en otros órganos. Ignacio Melero, experto en inmunoterapia de la Clínica Universidad de Navarra, destaca el avance. “Cuando el cirujano extirpa estos tumores suele quedar enfermedad residual. Estos resultados nos muestran que puede tener sentido añadir esta vacuna, que es la primera de ARN que ha mostrado resultados positivos en el páncreas, a los tratamientos convencionales. Una supervivencia de 18 meses sin recaída es un tiempo muy respetable”, resalta. Pero el oncólogo también advierte de que, por ahora, “la tecnología para desarrollar estas vacunas es muy compleja, especialmente porque hay que hacer una por paciente”. Aunque el tumor de páncreas no es uno de los más comunes, solo en 2020 se diagnosticaron más de 9.000 casos en España. Ana Fernández-Montes, portavoz de la Sociedad Española de Oncología Médica, cree que esta es una “aproximación muy esperanzadora”. “Hablamos de un tumor que tras una cirugía solo puede recibir quimioterapia para evitar recaídas, tratamiento a su vez con un elevado índice de fracasos y con una toxicidad muy importante”, explica. “Este tratamiento es un hito en los pacientes en los que se consigue estimular el linfocito T. Estamos convirtiendo un tumor frío, que no responde a inmunoterapia, en uno caliente, que potencialmente sí lo hará”, añade. Balachandran habla sobre las limitaciones de su trabajo. “Es difícil comparar lo que vemos en los pacientes vacunados con lo que vimos en los supervivientes a largo plazo, pero sí sabemos que el tipo de células inmunes que se

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Los secretos del cerebro que ayudan a explicar por qué algunas enfermedades afectan más a hombres y otras a mujeres

Las diferencias entre sus sistemas inmunitarios ayudan a entender que el riesgo de trastornos como autismo y alzhéimer varíe entre sexos   Supongamos que una pareja tiene dos hijos, un niño y una niña. Lo más probable es que ambos crezcan con cerebros normales y sanos. Pero si el desarrollo del cerebro de alguno de ellos sufre alguna alteración o experimenta problemas de salud mental, es posible que el camino de ambos hermanos sea diferente. Las diferencias del hijo varón podrían aparecer primero. En igualdad de condiciones, él tiene cuatro veces más probabilidades que su hermana de ser diagnosticado con autismo. Las tasas de otros trastornos y discapacidades del neurodesarrollo también son más altas en los niños. A medida que crezca y se convierta en un hombre joven, sus posibilidades de desarrollar esquizofrenia serán dos o tres veces mayores que las de su hermana. Cuando ambos lleguen a la pubertad, esos riesgos relativos cambiarán. La hermana tendrá casi el doble de probabilidad de sufrir depresión o un trastorno de ansiedad. Mucho más adelante en la vida, tendrá un mayor riesgo de desarrollar alzhéimer.   Esas tendencias no son reglas estrictas, por supuesto: los hombres pueden sufrir depresión y alzhéimer; algunas niñas desarrollan autismo; y las mujeres no son inmunes a la esquizofrenia. Los cerebros masculinos y femeninos son más parecidos que diferentes.   Pero los científicos están aprendiendo que hay más detrás de esos diferentes perfiles de riesgo que, digamos, las presiones que enfrentan las mujeres en una sociedad patriarcal o el hecho de que las mujeres tienden a vivir más, dando tiempo a que surjan enfermedades vinculadas al envejecimiento. Las diferencias biológicas sutiles entre los cerebros, y cuerpos, masculinos y femeninos son factores importantes.   Para explicar estas diferencias entre los sexos hay algunos lugares obvios donde buscar respuestas. Los dos cromosomas X femeninos y la copia única masculina es uno de esos lugares. Las diferentes hormonas sexuales —en particular, la testosterona en los varones y el estrógeno en las mujeres— es otro. Pero un campo de investigación en constante crecimiento apunta a una influencia menos obvia: las células y moléculas del sistema inmunitario.   Durante mucho tiempo, los científicos han tenido evidencia que vincula la actividad inmunitaria con las diferencias y los trastornos cerebrales, pero la ciencia que incorpora el sexo a esa ecuación aún está en desarrollo. Hasta la última década, los neurocientíficos solían utilizar solo animales machos en sus experimentos por temor a que los ciclos hormonales femeninos interfirieran con los resultados. Al final, eso resultó ser un problema mucho menor de lo que se pensaba originalmente. Además, los científicos ahora saben que las hormonas en los roedores machos también pueden fluctuar casi igual —no en un ciclo fijo, sino en respuesta a factores como su posición en la jerarquía social del grupo de su jaula—. Desde 2016, los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos han pedido a quienes solicitan fondos para investigación que usen animales de ambos sexos o que expliquen por qué solo usan uno.   En estudios recientes, los neurocientíficos han descubierto que las células inmunitarias llamadas microglías funcionan de manera diferente en los cerebros en desarrollo de roedores machos y hembras, aun en ausencia de cualquier infección. Estas acciones microgliales, reflejadas en estudios en humanos, pueden predisponer a los niños a la aparición temprana de diferencias y trastornos neuronales, según especulan los investigadores, pero podrían protegerlos a medida que crecen. Los científicos también han identificado varios genes implicados en las respuestas inmunitarias que podrían ayudar a explicar los riesgos aumentados para las niñas y las mujeres a partir de la pubertad. Con el tiempo, una mejor comprensión de estas diferencias podría llevar a tratamientos específicos para cada sexo.   “Estamos empezando a profundizar en esto”, dice Justin Bollinger, neurocientífico de la Universidad de Cincinnati. “Es muy importante y muy triste que, durante mucho tiempo, los investigadores sintieran que los hombres eran suficientes, que los hombres y las mujeres actuaban de la misma manera, que respondían a las mismas cosas”.   Inmunidad en el cerebro en desarrollo Una de las primeras pistas que vinculan el desarrollo del cerebro y las respuestas inmunitarias surgió a fines de los años ochenta, cuando los investigadores examinaron los registros de nacimiento y los registros de hospitales psiquiátricos en Finlandia, donde hubo una epidemia de gripe en el otoño de 1957. Los científicos descubrieron que, si las mujeres embarazadas habían cursado el segundo trimestre de gestación durante ese otoño, sus hijos adultos tenían un 50 % más de probabilidades de ser admitidos en el hospital con un diagnóstico de esquizofrenia que los hijos de mujeres que habían pasado su primer o tercer trimestre durante la epidemia. Otros estudios respaldaron este hallazgo, lo que sugiere que si el sistema inmunitario de una mujer debe combatir una infección durante el embarazo puede predisponer a su descendencia a la esquizofrenia. “Eso realmente ha llamado mucho la atención sobre cómo el sistema inmunitario puede hacer que el cerebro en desarrollo se altere”, dice Margaret McCarthy, neurocientífica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland, en Baltimore. En tanto, investigadores en Nueva York documentaron una variedad de desafíos neurológicos en los hijos de madres que contrajeron rubeola durante un brote de 1964, incluida una tasa inusualmente alta de autismo.   Para imitar los efectos de los brotes en las poblaciones humanas e investigar los posibles mecanismos, los científicos han inyectado fragmentos no infecciosos de bacterias o virus en ratas y ratonas preñadas. Esto provoca una respuesta inmunitaria en la madre, que a su vez influye en la actividad inmunitaria de su descendencia. Luego, los investigadores estudian a las crías después de que nacen.   Estos estudios han respaldado la idea de que la infección materna afecta el cerebro del bebé. Si bien es difícil decir si un roedor está experimentando signos específicos de autismo o esquizofrenia, los científicos observan que las crías son más ansiosas y menos sociables que las nacidas de madres que no tuvieron que hacer frente a un desafío inmunitario.   Las crías también tienen más microglías, y más activas. Estas

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Dos experimentos de biología sintética iluminan el camino de los futuros tratamientos contra el cáncer

Un trabajo con inmunoterapias permite que las células curativas se activen o desactiven según el progreso del cáncer y otro amplía el alcance de las exitosas terapias CAR-T a tumores como el de páncreas La historia de la lucha contra el cáncer es una batalla contra un enemigo interior. Las células tumorales son también nuestras y es difícil distinguirlas de las sanas, lo que explica la toxicidad de muchas terapias oncológicas. Las quimioterapias, los primeros fármacos contra el cáncer, matan a células enfermas y sanas con la esperanza de que estas salgan algo mejor paradas. Después, llegaron los tratamientos dirigidos, que buscaban bloquear la expresión de proteínas concretas, y detener así la progresión de la enfermedad. En los últimos años, inmunoterapias como las CAR-T han llevado la personalización de los tratamientos a un nuevo nivel. Estas células quiméricas se crean después de extraerle al paciente los linfocitos T (células especializadas del sistema inmune), introducirles modificaciones para que reconozcan antígenos determinados en las superficies de las células tumorales del enfermo, e inyectárselos de nuevo para que las eliminen.   Con cada avance, además de las mejoras en supervivencia, se hacen visibles las limitaciones, los efectos secundarios, o la gran capacidad del cáncer para adaptarse y burlar los tratamientos. Las CAR-T han mostrado eficacia con tumores líquidos, como la leucemia, pero no han conseguido superar las barreras inmunosupresoras que las desactivan antes de llegar a tumores sólidos como el de páncreas o el melanoma. Además, la actividad de estos tratamientos no se puede regular en el tiempo para responder a la capacidad de adaptación de las células cancerígenas. Esta semana, dos equipos científicos presentan en la revista Science soluciones que se apoyan en la biología sintética para superar algunas de estas limitaciones. De momento, esas tecnologías solo las han probado en ratones.   En uno de los trabajos, un equipo liderado por Ahmad Kalil, de la Universidad de Boston, desarrolló una serie de interruptores genéticos que se añaden a células inmunes humanas y permiten regular su actividad, haciendo, por ejemplo, que inicien su actividad antitumoral en un momento determinado, y que no actúen solo en el momento de inyectarlas en el paciente. Los científicos diseñaron el interruptor para que se active con fármacos ya aprobados y que han mostrado su seguridad, como el grazoprevir, que se utiliza para tratar la hepatitis C, el afimoxifeno, empleado para el cáncer de mama, o el ácido abscísico, una hormona presente en las plantas.   “La batalla entre los tumores y las células inmunes es cambiante y ahora mismo los linfocitos T no son capaces de adaptarse para derrotar al tumor” Emanuel Salazar-Cavazos, Instituto Nacional del Cáncer de EE UU   “La batalla entre los tumores y las células inmunes es cambiante y ahora mismo los linfocitos T no son capaces de adaptarse para derrotar al tumor”, apunta Emanuel Salazar-Cavazos, investigador mexicano del Laboratorio de Inmunología Integrativa del Cáncer del Instituto Nacional del Cáncer en Bethesda (EE UU) y coautor de un análisis que también publica hoy Science sobre los nuevos hallazgos. “En un momento dado, si se toma una muestra y ves que esos linfocitos T están perdiendo la batalla, podrías modificar algunos genes para regular una función que nos permita contrarrestar los mecanismos que esté empleando la célula tumoral para evadir al sistema inmune”, continúa.   Un cultivo de bacterias para crear una terapia CAR-T.GETTY Esta tecnología permitiría que inmunoterapias como los CAR-T se fuesen adaptando a una enfermedad tan dinámica como el cáncer. Grégoire Altan-Bonnet, líder del equipo en el que trabaja Salazar, apunta que “estas células se podrían modificar para que hubiese varias poblaciones, unas activas y otras en descanso, y se fuesen cambiando de estado para que siempre hubiese alguna activa y lista para atacar a las células tumorales”. Según explica Luis Álvarez-Vallina, director de la Unidad de Investigación Clínica en Inmunoterapia del Cáncer del Hospital 12 de Octubre y el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) de Madrid, esta combinación de apagados y encendidos permitiría evitar “que los linfocitos entren en agotamiento, algo que sucede cuando actúan de forma continuada”. Además, según indica este investigador, sería posible desactivar los CAR-T si se ve que el paciente se está intoxicando o potenciar su actividad en caso de necesidad.   En el segundo trabajo, un equipo liderado por Wendell Lim, de la Universidad de California, en San Francisco (EE UU), empleó unos receptores sintéticos para añadirlos a los CAR-T y así afinar el momento del ataque de los linfocitos mejorados. Ese nuevo punto de enganche sirvió para que los CAR-T produjesen interleuquina 2, una proteína que desencadena el ataque inmunitario, pero solo cuando hubiese contacto directo con las células tumorales. Por un lado, esta tecnología redujo los daños colaterales del bombardeo inmunológico, y por otro, permitió superar el entorno inmunosupresor que protege a los tumores sólidos y redujo su tamaño en los ratones que sirven como modelo.   Ensayos clínicos próximos La combinación de estas técnicas, si al final también funcionan en humanos, será una forma de adaptar las terapias a una enfermedad tan dinámica como el cáncer, manteniendo la actividad inmune a lo largo del tiempo, intensificándola cuando haya necesidad y dirigiéndola solo a los puntos donde se dañe el tumor sin herir al paciente. Lim explica que ya están “planeando utilizar esta tecnología en ensayos clínicos” y preparándose para “intentar empezar en uno o dos años”. Kalil apunta que aún no han llevado la tecnología a ensayos con humanos, pero que planean hacerlo en el futuro y que hay compañías biotecnológicas que también están desarrollando tecnologías similares para llevarlas al mercado. Wilson Wong, uno de los coautores del estudio, es cofundador de Senti Biosciences, una de esas compañías.   Además de los problemas técnicos, para que este tipo de tratamientos lleguen a muchas personas, deberán superar el coste de producirlos. Ahora, las terapias con CAR-T cuestan cientos de miles de euros y la incorporación de la biología sintética no los va a abaratar a corto plazo. A la larga, según comenta Altan-Bonnet, podría hacerlo: “Uno de los grandes problemas de los

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